Sociedad CivilLa tragedia de una balacera, no termina en la balacera

Paginabierta24/02/2017

Una bala perdida y negligencia médica tienen a joven al borde de la muerte/Dos jóvenes chihuahuenses, tenían un mes viviendo en Quintana Roo cuando ocurrió la balacera donde resultaron lesionadas.

Por Dora Villalobos Mendoza/SemMéxico/Ecos de Mirabal

CHIHUAHUA, Chih. 24 de febrero del 2017.- “Para nuestra desgracia, estuvimos en el momento y en el lugar menos indicado, y aquí estamos sufriendo las consecuencias”, expresa Diana Maldonado al hablar de la balacera que ocurrió afuera del bar Blue Parrot, la madrugada del 16 de enero, en Playa del Carmen, donde su amiga Isabel Ramos recibió cuatro balazos y desde entonces permanece hospitalizada luchando por su vida.

Ambas jóvenes son chihuahuenses, tenían un mes viviendo en Quintana Roo cuando ocurrió la balacera donde resultaron lesionadas varias personas y por lo menos una murió.

Ahí empezó la tragedia de Isabel. Diana la cuenta vía telefónica con la esperanza de recibir ayuda.

Eran las tres de la mañana del lunes 16 de enero. Diana fue a recoger a Isabel afuera del bar. El plan era compartir el taxi porque en Quintana Roo todo es muy caro.

Iban caminando por la parte lateral del bar, un callejón que lleva a la Calle 12. Escucharon estruendos y gritos. Pensaron que se trataba de fuegos artificiales porque estaba terminando un festival en Playa del Carmen. Pronto se dieron cuenta de que no eran truenos de festejo, sino balazos. Eran ráfagas y eran muchas. Todo era caos. La gente corría de un lado a otro, gritando. Se tiraron al suelo. Ahí permanecieron hasta que reinó el silencio. Diana se paró sin problemas, pero Isabel no pudo hacerlo.

Diana no sabía que estaba herida. La apremió: ¡Levántate rápido, tenemos que irnos! Isabel no la obedeció. Diana la jaló, pensando que estaba asustada. Era difícil ver la sangre porque el callejón estaba obscuro. Cuando Isabel se tocó el abdomen, Diana se dio cuenta que la ropa de su amiga tenía un agujero por donde brotaba mucha sangre. Como pudo le tapó el agujero para evitar que se desangrara. Pronto se dio cuenta que también tenía impactos en una pierna y en un brazo. Marcó el 911. Le dijeron que mandarían una ambulancia.

A Diana se le hizo eterno. La ambulancia tardó media hora y no pudo llegar hasta el lugar de la balacera. Una pareja la ayudó a cargar a Isabel hasta la

camilla. No le permitieron acompañarla en la ambulancia. La trasladaron al Hospital General del Gobierno del Estado.

Cuando Diana llegó al hospital, ya estaban interviniendo a Isabel. No le permitieron entrar, ni le informaron nada, hasta las diez de la mañana. Le dijeron que le sacaron la bala del abdomen y que estaba fuera de peligro.

Le permitieron verla después de que la instalaron en un cuarto del hospital. La encontró sedada, asustada, pero consciente. “Bien, dentro de lo que cabe”. Ahí supo que no fue uno, sino dos balazos los que recibió en el abdomen, un rozón en el brazo derecho y una bala que penetró en la pierna izquierda y salió por la derecha.

Ya en recuperación, empezó a atenderla un traumatólogo, quien firmó que pronto le operaría la pierna y que había necesidad de ponerle varios tornillos porque tenía fractura. Pasaron diez días y el médico sólo la visitó dos veces. De pronto les avisa que ya no la atenderá más porque lo cambiaron a Cancún.

Aprovechando que el gobernador de Quintana Roo hizo presencia en el hospital, donde ofreció ayuda económica a todas las personas que resultaron lesionadas en la balacera, Diana habla con el director del hospital y le pregunta cuándo operarán a Isabel.

Otro día regresa el traumatólogo. Se disculpa. Le dice a Isabel que siempre sí la va a operar y empieza con los preparativos. La metieron al quirófano el 26 de enero, como a las siete de la mañana. Pasaron las horas y nadie le informaba nada a Diana. Como a las once de la noche salió una doctora del área de terapia intensiva y le dijo que la paciente estaba muy grave, que perdió mucha sangre, que estaba en shock, convulsionando y que posiblemente le tenían que inducir un coma y conectarla a un respirador artificial.

Diana no entendía por qué su amiga estaba en terapia intensiva cuando sólo la iban a operar de una pierna para ponerle tornillos en la fractura.

Pasaron cuatro días. Isabel seguía en coma. Le quitaron el medicamento para ver si reaccionaba. No reaccionó. Como obra del destino, un día que la trasladaron a la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social para sacarle una tomografía, por accidente el camillero le dio un jalón y la paciente despertó.

Aunque lentamente, Isabel empezó a recuperarse. Era receptiva, asentía, escuchaba y reaccionaba a los estímulos. Incluso empezó a hablar y a mover parte de su cuerpo.

De pronto, de un día para otro, después de que le aplicaron un medicamento, en el cambio de turno, regresaron las convulsiones y todo empeoró. La sedaron y no volvió a reaccionar. Nadie le explicaba a Diana qué estaba pasando, por qué empeoró siendo que la recuperación iba bien.

Por más que preguntaba y cuestionaba, por más que exigía respuestas, nadie atendía a Diana. El director del hospital le rehuía. Cuando preguntó por el expediente, le dijeron que estaba perdido. Quería saber qué medicamento le aplicaron. Pasaron diez días y nadie hacía nada. Cuando amenazó con informarle al gobernador lo que estaba pasando, prometieron hacerle un encefalograma. Diana duda que le hayan hecho el estudio. Le dieron que el resultado era epilepsia.

Interpuso una queja en la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Diana pensó que de esa manera presionaría al hospital, pero el personal médico le advirtió que no había nada que hacer, que el estado de la paciente era grave y había que esperar lo peor.

Diana intentó hablar con un representante del gobernador, pero no lo encontró. Sin embargo, al parecer hubo reacción. Ese día le hablaron de la subdirección del hospital y le anunciaron que trasladarían a Isabel a un hospital de Chetumal, pero le exigían cerca de diez mil pesos. Diana les aclaró que el gobernador estaba a cargo del costo. Así lo prometió cuando visitó a Isabel en el hospital.

Decidieron trasladarla a un hospital de Mérida, en Yucatán porque está más cerca y tiene más nivel médico. La situación cambió radicalmente. Hace diez días que Isabel llegó a este lugar y su mejora es considerablemente.

Le quitaron el respirador artificial. Está consciente. Empieza a mover partes de su cuerpo. Es receptiva. Es posible que pronto salga de terapia intensiva. Los médicos le han dicho a Diana que está fuera de peligro y que se va a recuperar pronto. Está pendiente un estudio para saber si tiene una bala en la cadera, pero ambas están muy contentas y agradecidas con todo el personal médico del Hospital General de Mérida.

El pendiente que tiene ahora Diana es la demanda por negligencia que piensa interponer en contra del Hospital General de Playa del Carmen. Ningún abogado de Quintana Roo la ha querido respaldar, pero ya contrató a un chihuahuense que se trasladará a aquella entidad para hacerse cargo del proceso. La historia sigue.

 

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