Por Braulio Peralta SemMéxico Descansa en el quicio de la puerta. Nadie puede saber lo que piensa. Han sido otros los que la han inventado, mitificado, satanizado, menospreciado. Es una leyenda que sigue ahí, imperturbable. Solo ella podría decirnos la verdad de sí misma. Aunque, si observamos sus fotos acaso podamos ver en los rostros de los demás su propio retrato hablado. Un retrato de su realidad, de su alma. Lo peor para ella no fue venir a México la primera vez. Lo peor fue regresar al mismo país que la condenó al exilio, el mismo que le abrió el oficio de fotógrafa aunque —es bueno no perderlo en la memoria—, fue con su tío Pietro, allá en Udine, cerca de Venecia, cuando vio por primera vez la magia del líquido fotográfico que emerge y revela el blanco y negro en el estudio de fotografía de la familia Modotti. Un dato olvidado, sí, pero que ella jamás borró de su mente cuando conoció a Edward Weston, en Estados Unidos. Aquella foto en la puerta de Avenida Veracruz, en la colonia Condesa es la entrada a su intimidad. Dos árboles y una plantita colgada al lado de la puerta son los testigos naturales del arrobamiento de Tina Modotti por la luz de México. Su mirada al horizonte no prevé lo que le espera los próximos años. Esa foto en esta ciudad se la tomó Weston en 1923. Lo que seguirá hasta 1930, ya es historia. Ella se convertirá en fotógrafa impulsada por Edward Weston en tres intensos años de aprendizaje, pasión y amor. Será la misma Tina Modotti posando desnuda en la azotea de esa misma casa. La foto desnuda que la desprestigió por la vulgaridad de un país que poco o casi nada sabía de arte. La prensa mexicana la ametralló con sus prejuicios. Ella, que acabó abrazando en la calle a José Antonio Mella, inerte por los balazos de la dictadura de Batista en Cuba, terminó aniquilada por el machismo ramplón aún vigente contra mujeres que no tienen miedo a ser ellas mismas. Resumir su historia es complicado. Hablar de su arte fotográfico, peor. Los críticos preferimos el lado fácil: aderezar a la artista con sus pasiones amorosas, sus amantes, sus movimientos políticos, la espía de los rusos da más color que el blanco y negro de las imágenes de indios, nopales, manos que trabajan, madres embarazadas que cargan a su bebé en brazos. Esa Tina que mira arrobada a un país hincado ante la virgen, como en su pueblo italiano. Tina se cimbró con el país que la descubrió fotógrafa. México le debe a ella su imagen internacional: el campesino con pala, la lavandera, las manos del titiritero, la niña tomando pecho, la belleza de Mella durmiendo sobre la yerba, mientras Concha Michel toca con su guitarra un huapango y John Dos Pasos viene a visitar al México posrevolucionario, cuando ya podíamos tener una vista parcial del sistema telegráfico. Tina Modotti es sensibilidad pura. Edward Weston un gélido conocimiento del revelado. Miente Weston cuando dice que “la cámara es mejor que el ojo”. Eso podría ser hoy, en tiempos donde las técnicas sofisticadas de la cámara ya no usan el revelado. Hoy, si un fotógrafo no tiene estilo, simplemente no es un artista: es un profesional del oficio, sí, pero no un creador. Edward Weston seguro dijo eso para quitarle importancia al que cargaba una Graflex que, ya para cuando Tina Modotti quiso hacer fotografía en Berlín, en 1930, eran muchas las facilidades de cámaras para principiantes. Un oficio al que solo un verdadero artista se puede sobreponer. Pregúntenle si no a los que siguen revelando en blanco y negro y no pueden transitar al color. Cuando salió de México, su vida cruzó por Madrid, Berlín y la Unión Soviética: Fueron la antesala para la tristeza crónica de Tina Modotti. Ver caer el sueño socialista. Sentir el golpe del inicio del nazismo. Escapar irremediablemente a la Unión Soviética con Vittorio Vidali. No tenía alternativas y la fotografía había dejado de ser su sostén. Atrás habían quedado México y Estados Unidos. Y más atrás su lugar de nacimiento, en Italia. Para su regreso a este país, lo que le esperaba era la muerte por un paro cardiaco en un taxi del Distrito Federal, sola, sin compañía, sin el México que la vio nacer como artista de la lente. Ver sus imágenes es recordar su historia.
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