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Ronny Aguilar22/05/2021

La sonrisa como forma de protesta

Columna por: Astrid Dzul Hori

La guerra pierde todas sus luchas
Cuando los enemigos escuchan
La guerra es más débil que fuerte
No aguanta la vida
Por eso se esconde en la muerte.

Residente

Hace unas semanas, mientras pasaba el rato en Instagram, me encontré con una publicación de AJ+ sobre una mujer palestina que sonreía mientras la arrestaban fuerzas israelíes, el 8 de mayo de 2021 [1]. Se trataba de Mariam Afifi, activista palestina y música (integrante de la Orquesta Juvenil Palestina). La cápsula informativa mostraba videos de Mariam siendo violentada y, posteriormente, arrestada por las fuerzas israelíes en Jerusalén Este ocupado. Ella se encontraba entre lxs manifestantes que protestaban contra la expulsión forzada de familias palestinas del barrio de Sheikh Jarrah.

Después de mirar varias veces los videos, no podía dejar de preguntarme ¿por qué sonríe? Mariam, en una de sus declaraciones, responde: “Sonreí porque estoy bien. No tuve miedo porque sé que tengo la razón”. Sin embargo, esa respuesta no calmó mi inquietud. Y menos, al ver la cantidad de imágenes y videos de las protestas y bombardeos que hay entre Palestina e Israel, circulando por internet. ¿Quién puede sonreír cuando se está rodeadx de tanto sufrimiento, dolor y muerte? Si bien este conflicto territorial y político debe ser discutido, no sólo entre quienes lo integran de primera mano, sino también por la comunidad internacional, en este espacio reflexionaré sobre el acto de sonreír en un contexto violento, particularmente en los márgenes de la guerra.

Muchas veces relacionamos la sonrisa con algo que nos ha parecido chistoso o divertido, con el disfrute, el gozo, la picardía, el sarcasmo, la incomodidad, etc. Sin embargo, ¿qué sucede cuando alguien sonríe en un contexto de guerra y de extrema violencia? Dicha acción podría parecer ingenua o insignificante. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que la guerra está conformada por una serie de elementos materiales y discursivos que la acompañan en su realización, su reconocimiento y su legitimación. Por eso, cuando identificamos determinadas prácticas, materiales y discursos afirmamos que se trata de la guerra y no de otra cosa. Tomando en cuenta esto, la sonrisa no forma parte de los elementos que conforman dicha práctica bélica; es decir, no es algo que suceda en el marco de esta. Por ello, resulta desconcertante ver a alguien sonreír en tal contexto.

Además de los signos y símbolos de los grupos que guerrean, hay una serie de caracterizaciones con la que se puede concebir a la guerra contemporánea como una institución: procura el ordenamiento y el control de tiempos, que las intervenciones sean adecuadas a los fines propuestos, que haya una distribución de armamento y recursos para subsistir, la dispersión y eliminación de los enemigos y la conquista de un territorio en cuestión en el que se desarrollan los eventos. De igual manera, se fundamenta en la muerte, la obediencia, la lealtad, la precisión y la eficiencia. Si bien son algunas características, la cultura de cada bando puede suponer variaciones en estas. Independientemente de ello, los procedimientos responden a una lógica basada en estrategias militares, políticas y económicas. En ese sentido, se puede concebir a la guerra como una serie de prácticas “racionales”, dado que se fundamentan en razones de diversos tipos para la ejecución y legitimación de lo que se lleva a cabo. Sin embargo, esto no implica que seamos partidarixs de estas o que no estén sujetas a un análisis exhaustivo.

Desde esta perspectiva, en donde la guerra está inscrita a la institucionalización y a la racionalidad, sonreír es “irracional”. ¿En dónde radica su carácter irracional? En que es una osadía frente a la seriedad de la guerra, un atrevimiento que corrompe el deseo de imponer temor y dolor al enemigo. Cuando Marian Afifi sonríe porque tiene razón, se trastoca la estructura de la guerra. Unx no espera que su enemigo sonría, y mucho menos cuando se le golpea y amenaza; por el contrario, una actitud racional en la guerra sería la diplomacia, la negociación, la rendición, alejarse o evitar el conflicto. En ese sentido, la sonrisa se puede pensar como una forma de parodiar una práctica institucionalizada como la guerra.

De igual modo, la sonrisa desmitifica las formas tradicionales de protesta. Es decir, ya no se trata de devolver el fuego, golpear, matar, gritar, etc., sino que, en la parodia de la sonrisa, quien sonríe, se desvincula de la lógica antagónica que instaura la guerra: el cómo y el cuándo reaccionar y sentir ante determinadas situaciones. Por ende, la potencia de la sonrisa es más extensa que su realización: la forma en la que se vincula con una gran variedad de contextos no agota su posibilidad de transgredir los sentimientos y las prácticas en el contexto en que se inscribe, sea cual sea este. ¿Por qué? Porque la sonrisa es un gesto ambivalente, todavía más que una palabra. Es por esta cualidad que transgrede discursos, prácticas, sentimientos, relaciones, representaciones y demás elementos que se inscriban a un determinado orden. La sonrisa viene a descolocar al interlocutor con cuestionamientos que irrumpen su organización y su entendimiento: ¿por qué sonríe? ¿por qué sonríe de esa forma? ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? ¿Qué he hecho que provocó que sonriera? Y a veces son preguntas sin respuesta aparente, o con respuestas un tanto ambivalentes como la de Mariam: ¿en qué tenías razón? ¿En ayudar a la mujer por la que te arrestaron, por manifestarte, o por creer en una Palestina libre? Y, sobre todo, ¿por qué sonreír te da la razón? Eso definitivamente, en primera instancia, es escandaloso.

Ese escándalo o irreverencia ante el contexto de guerra, nos invita a pensar que la sonrisa da otro sentido a las formas de protesta. Como en su respectivo contexto lo fueron el performance de Un violador en tu camino de Lastesis en Chile, y las vallas intervenidas con los nombres de las víctimas de feminicidio durante el 8M (2021), frente al Palacio Nacional, en la Ciudad de México. Estos otros sentidos, desmitifican las “formas correctas de manifestarse”. La desmitificación supone un ejercicio de repensar las prácticas políticas y los valores que las fundamentan, así como el impacto que se quiere tener llevándolas a cabo.

Hay quienes dirán “esas no son las formas de protestar” o “no se gana nada cantando, bailando o sonriendo”. Y dirán lo mismo ante prácticas un tanto más violentas. Aquí las preguntas que me interpelan, respecto a la sonrisa como forma de protesta, son: ¿por qué recurrir a esta práctica? ¿Qué consecuencias genera dentro de los marcos bélicos en donde sucede? ¿Reconfigura de alguna manera la oposición a la guerra y a las prácticas violentas? ¿Cómo repercute en la sociedad civil que no participa en los sucesos? ¿Cómo posiciona políticamente a quien se sonríe?

En fin, como dice la canción de Residente: la guerra no aguanta la vida por eso se esconde en la muerte. En ese sentido, ¿cuánta y qué tipo de vitalidad se esconde en la sonrisa? ¿Hay alguna vitalidad que se contraponga a la guerra? Cabe seguir explorando esos caminos para buscar otras formas de protesta que respondan a la diversidad de conocimientos, herramientas, necesidades y problemas de nuestra época.

Referencias

[1] Video de AJ+: https://www.youtube.com/watch?v=SCIasDCtm7A

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