Por Roberto Grajales Se aproximan tiempos de mentiras; sí, hablo de las próximas elecciones. Ya vemos a muchos (que en realidad son pocos) colgarse al cuello, cual medallas, todas sus grandes “virtudes”. Dicen que siempre han “luchado” por el pueblo, que la pobreza les duele, y cada uno de ellos tiene su propia visión de cómo “salvarnos” de nuestro mal. Después pasarán a nuestras casas, con una sonrisa enorme en la cara, a darnos la mano, a decirnos: “No te preocupes todo estará bien, si votas por mí”. Mentiras y más mentiras. ¿Por qué creerles? Para empezar, los líderes de los partidos políticos de izquierda o derecha, pertenecen a la clase dominante, es decir, a la burguesía, muchos de ellos son propietarios de empresas o grandes extensiones de tierra. Los militantes de los partidos políticos electorales, si bien algunos pertenecen o pertenecieron a la clase trabajadora, al entrar a los partidos, aceptan sus principios y objetivos que están basados en los intereses de la clase dominante. ¿Y el pueblo? ¿Y la clase trabajadora? ¿Para qué les sirve? Para legitimar su poder; porque aunque sabemos que las elecciones son solo un circo en donde el pueblo solo es espectador, aunque sabemos que los gobernantes son elegidos desde arriba, necesitan crear la consciencia colectiva de que notros los hemos elegido. Sí, crean una mentira social, de la cual somos parte, y esa mentira de que nosotros los elegimos, y que por ende, ellos representan la voz popular, se incrusta tanto en nuestras mentes que de verdad creemos que hay que aguantarnos los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y la violación de los derechos humanos en nombre de la democracia. Son muchas las formas en que la clase dominante va creando esta mentira. Para empezar, durante las campañas políticas electorales, siguen al pie la máxima de Maquiavelo: “Es de gran importancia disfrazar las propias inclinaciones y desempeñar bien el papel del hipócrita”. Para calmar el clamor popular de justicia, el estado usa a sus “líderes populares”, esos que están al frente de los sindicatos, confederaciones, sociedades y organizaciones civiles (“charros”, por supuesto) que bajo la “bandera social”, callan las voces y apaciguan la necesidad de justicia. Nos hacen creer que estamos luchando, cuando en realidad, solo son un vehículo para postergar la Revolución. Los medios masivos de información (los oficiales) juegan un papel importante, pues reproducen la idea que proviene de la clase dominante y que protege el estado burgués. Crean una opinión que se quedará grabada en nuestro pensamiento y las repetimos, de la misma forma que repetimos los estribillos de las canciones hechas para vender una y otra vez durante el día. Divide et impera (divide y conquista), enfrentan a los proletarios entre sí ¿Cuántas veces no hemos escuchado a trabajadores gritándoles a trabajadores que se manifiestan: “pónganse a trabajar huevones”? ¿Cuántas veces no hemos visto a trabajadores del mismo oficio de sindicaos diferentes pelearse, incluso a golpes, por ser contratados? El estado decide quiénes son violentos y quiénes son pacíficos, el estado decide quiénes son virtuosos y quiénes están equivocados. El estado y sus medios de información oficiales crean una dimensión falsa, que se convierte en realidad, al grado que los proletarios acuden a las urnas a votar en contra de sus propios intereses. Y son esos medios de información quienes construyen la amnesia obligatoria, y rápidamente olvidamos todas las atrocidades que el estado ha cometido en contra de la clase trabajadora. ¿Qué debemos hacer? Recordar, en estos tiempos de la amnesia obligatoria, la memoria es un acto revolucionario. No olvidar, tener siempre presente todas las veces que el estado nos ha negado nuestros derechos. No olvidar las desapariciones forzadas, los asesinatos políticos, los encarcelamientos injustos. No olvidar el hambre que sentimos, las enfermedades que sufrimos, las lágrimas que brotan, cuando el dinero es un obstáculo incluso para amar. No olvidar que aunque el estado diga que nosotros somos unos violentos, son ellos los que orquestan el terrorismo contra los de abajo para someternos, y crea grupos violentos para enfrentar al pueblo, porque como expresa Eduardo Galeano, la violencia engendra violencia, como bien se sabe, pero también engendra grandes ganancias a la industria de la violencia. ¿Votar? ¿Para qué? Al final de cuentas, el tan mentado “cambio” nunca se nota en la economía familiar, pero si se nota en las bolsas de los grandes empresarios, terratenientes y banqueros. ¿Votar por la seudoizquierda? ¿Para qué? Si al final respetarán las leyes que ordenan que no se les arrebate de las manos a la burguesía todo lo que durante años nos han robado. ¿Y si no voto, estoy ayudando a que el PRI siga reinando? Esta es la peor mentira de todas. ¿Cuántas veces se ha salido a votar y siempre el PRI mantiene mayoría en los puestos de poder? Votar contribuye a esta maraña de mentiras, pues los partidos recurren a la clase trabajadora para que estos voten, pero a la hora de tomar decisiones, somos los que menos importamos. Y el resto del tiempo somos prisioneros en la peor cárcel que existe, el trabajo asalariado, que es la nueva forma de esclavitud. ¿Qué hacer entonces? Arrebatar de las manos de los explotadores nuestros derechos, nuestros recursos naturales, nuestra dignidad. No debemos quitarnos de la mente que decidir una vez cada tres o seis años, que miembro de la clase dominante nos va a oprimir, es igual a suicidarnos con pequeñas dosis de veneno. La clase trabajadora ha sido siempre víctima del engaño ajeno y propio y lo seguirá siendo hasta que no aprendamos que atrás de sus frases, declaraciones y promesas morales y sociales, se esconde el interés de la clase dominante.
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