Por Natalia Vidales Rodríguez SemMéxico ¿Qué haría usted si habiendo pagado la reservación de un hotel de playa y ya encaminándose a su destino escucha por la radio que se avecina una tormenta? ¿Continuaría su viaje, llega y paga el resto del hospedaje y se instala en su habitación, aunque no pueda salir de ella por el mal tiempo? o ¿Se regresa y deja de meterle más dinero bueno al malo? La mayoría de las personas sensatas, abandonarán el viaje, pero algún porcentaje decidirá continuarlo, porque no soporta la idea de tirar su dinero. Prefieren meterle el resto del costo (aunque ya no obtengan el beneficio esperado) antes de asumir la mala suerte y punto. Algo así sucedió con la decisión de Peña Nieto al conservar el nuevo avión presidencial, un magnífico Boeing 787-8 Dreamliner (línea de ensueño): la consultora AscendFlightglobal, experta en compraventa de aviones, fue contratada por Banobras para que valorara —ante las críticas por lo costoso de la aeronave— la opción de venderla. Y, como lo dijo el presidente al estrenar el jet en su viaje a Hermosillo, la consultora aconsejó que, técnicamente, lo mejor era conservar el Boeing, que regresarlo o venderlo. Porque hacerlo significaría una pérdida enorme en relación con el precio al que se compró: el costo del avión fue de 218.7 millones de dólares, y solo podría venderse en 65.9 millones (se perdería un 58 por ciento o sea 128.2 millones por la depreciación inicial y hasta un 30 por ciento más por el tiempo, casi un año, que tardaría en venderse). Así que…la opción fue quedarse con él; algo similar al ejemplo de quien paga el resto de costo del hotel aunque lo que adquiera a cambio sea un perjuicio. En el caso de Peña Nieto, el perjuicio es el costo político de conservar, en contra de la opinión pública, una aeronave tan costosa. La circunstancia de que haya sido en el sexenio anterior, cuando se adquirió el Boeing, era la ocasión para corregir el entuerto, aunque fuera ahora haciendo la “mala” inversión de venderlo a rajatabla. El costo-beneficio en este caso no se trata solo de dinero. Con la lógica de Peña Nieto, entonces tampoco se venderá –como no se ha hecho en más de un año, pese a la promesa de hacerlo– la Casa Blanca de la pareja presidencial, porque tendría que absorberse la depreciación. Igual que con el avión, esto tampoco sería negocio. Pero igual que con el avión, no se trata de negocio, se trata de hacer lo correcto: como aquello de olvidarse del Hotel y regresarse a casa. Pero tampoco estemos tan seguros de que la ostentación de nuestros dirigentes molesta realmente a la opinión pública: a muchas personas no los amarga en lo absoluto, sino incluso todo lo contrario, que sus líderes luzcan a la altura o aún por arriba, de sus semejantes. Por ejemplo, que el avión de Peña Nieto sea más costoso que el de Obama, para orgullo de los mexicanos; o que los líderes de los trabajadores petroleros, o de los mineros, Romero Deschamps y Napoleón Gómez Urrutia, respectivamente, vivan como jeques árabes. Este último, fue reelecto por los mineros el 2008 con todo y que el gobierno de Calderón fundó y motivó que le robó millones al sindicato. En su viaje a Hermosillo, Peña Nieto dijo que este avión tiene una vida útil de 25 años, así que “lo utilizarán los siguientes cuatro presidentes”, en obvia referencia a que AMLO no ganará las elecciones el 2018, porque el Peje dice en su espot que en “el 2018, venderemos el avión de Peña Nieto, porque no puede haber un gobierno rico y un pueblo pobre”. Pero si nos guiamos por los ejemplos, no solo se puede, incluso a veces se aplaude, como ocurrió aquí en Hermosillo.
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