Por Clara Scherer SemMéxico ¿Qué más decir? La tragedia sigue envolviendo a la Patria. A esa en que creímos. A esa a la que hemos dedicado nuestro trabajo. No, no en abstracto. Por nosotras/os mismas/os, por nuestras querencias, por nuestros amores. Por aquellos rincones que acogieron nuestra infancia, por los miles de “callejones del beso”, por todas las palabras que nos ilusionaron con un “futuro mejor”. Por nuestros proyectos. Esa Patria que nos dijo que teníamos los mismos derechos; esa, que nos preparó para desarrollar nuestras ideas y nos abrió espacios (pequeñitos, pero al fin de cuentas, importantes) para seguir buscando verdades. A esa Patria a la que le cumplimos con nuestros impuestos y nuestros afanes. Esa, que hoy demuestra que “la vida no vale nada” y que la narcopolítica nos ha invadido. Nos tiene entre sus garras. ¡Qué miedo vivir en México! Y saber que a cualquier persona por hacer su trabajo la pueden dejar sin porvenir, con el horror marcado en los ojos. Y a muchas, sólo por ser mujeres. Y para intentar fortalecernos, habría que ser “objetivas”. No en todos los Estados se vive con tanto terror como en Veracruz. No en todos los municipios hay un Iguala escondido tras las rocas. No en todas las calles se respira angustia y ansiedad. Pero sabemos que las mujeres no están seguras ni en sus casas. El asesinato de Anabel y el de Gisela, una periodista y la otra, presidenta municipal, lo confirman. No hay forma de salvar la vida. Las sacaron de sus casas. No hay casualidad en que su silenciamiento haya sido por alzar la voz. Ya lo dijo el apóstol cristiano, desde el año 67 dc., Pablo: “Que las mujeres estén calladas, porque no les es permitido hablar. Si quisieran ser instruidas sobre algún punto, pregunten en casa a sus maridos”. El dolor que no cesa no es sólo por su vida arrancada. Los dos pequeños hijos de Anabel tendrán ya, un futuro mucho más incierto. Han quedado a la deriva. Y hasta la palabra madre será siempre una herida abierta. Aunque tengan becas para estudiar. Aunque haya buenas personas a su alrededor. Aunque haya quien escuche su siempre amarga experiencia infantil. Anabel, Gisela, invocarlas es un acto que intenta llenar el vacío que quedará en la memoria de muchas personas, en el afecto de sus familiares y amistades, en las estadísticas trágicas de este país dañado, violento, angustioso. Invocarlas quiere ser un grito a la justicia, intentando (inútilmente) que no haya impunidad, que se repare en alguna medida, el grave daño causado a la confianza, a la seguridad, a la paz social.
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