Por Alvaro Mena Este mes se celebró, de manera nacional y a nivel iberoamericano, el 12 de octubre, remembrando aquel fatídico día de 1492, cuando sujetos extraños y extranjeros, representando a un país de ultramar, pisaron por primera vez las tierras de los pueblos originarios, que luego les dio por llamar América. Quizás fue aquella la peor delegación de representación diplomática o bélica que un país pudo enviar jamás, pues estaba conformada por ladrones y asesinos, recién liberados meses atrás, para embarcarse con Cristóbal Colon. Como tales, hicieron gala de sus artes y con funesta arrogancia iniciaron desde entonces, el mayor genocidio en la historia de la humanidad, la de los pueblos originarios de todo un continente. Este es uno de los crímenes históricos que se debiera juzgar sin prescripción, pues sus efectos continúan al día de hoy, sobre los herederos de estas culturas milenarias desde el sur, hasta el norte de lo que ahora es nuestra Patria Grande. Han pasado 523 años desde que la oscuridad y el dolor se asentaron sobre nuestras tierras y los pueblos indígenas de nuestro país, curiosamente donde se encuentran los índices más altos de pobreza y marginación, donde los servicios básicos aun no llegan, donde la educación y la salud es un lujo en lugar de un derecho, donde el techo y el trabajo son sueños que no alcanzan a despertar; los pueblos indígenas, como ya no les servimos de esclavos, terminamos siendo un estorbo. El término “indígena” se relaciona más con pobreza, vergüenza, menosprecio, inferioridad, ignorancia y un largo etcétera de comparaciones peyorativas, como reflejo de lo que en el imaginario colectivo se ha construido a través de las políticas y estrategias históricas de desaparecer a los pueblos originarios. En cada uno de los municipios del estado de Campeche, hay población indígena, según el Inegi, somos el 19% de la población en la entidad, además hay una Ley Indígena, la cual reza que se deberá destinar una parte del presupuesto exclusivamente para asuntos indígenas, sin embargo, tales cosas parecieran pasar desapercibidas para todos los niveles de gobierno, hoy por hoy, a los pueblos indígenas no se les reconoce como tales, para ello se usan una serie de términos, como por ejemplo, zonas de alta marginalidad, comunidades subdesarrolladas, comunidades de escasos recursos, etc., como si estos fueran sinónimos de comunidades indígenas. Las leyes federales respecto a los derechos de los pueblos indígenas nacieron muertas, no han servido más que para prorrogar la estrategia del Estado, de mexicanizar a los pueblos indígenas, los discursos oficiales de pluriculturalidad esconden su racismo convertido en folklor, en museos para el turismo, en festivales burdos, en populismo grotesco. Pero no para reconocer como sujetos de derecho a los pueblos, la condición de menores de edad, que nos impuso la corona española, se mantiene hasta nuestros días, por eso la condición de volver a gobernarnos a nosotros mismos, no va a ser nunca una concesión, tiene que ser un arrebato. Curiosamente este año, las festividades por el “descubrimiento de América” o como en los últimos años le llaman, con argumentos ridículos, “el encuentro de dos mundos”, fueron insignificantes, opacas y efímeras, fue mayor el desprecio por la fecha, la generalización del sinsentido de la celebración; el silencio o el rechazo explícito fue la manifestación de la identificación con los pueblos, del sentirse también agredidos y no bendecidos ante la invasión española y sus consecuentes males. Por otra parte, la supervivencia del pueblo maya a pesar de tantos agravios, demuestra la capacidad de resistencia y rebeldía que ha permitido que se mantenga viva nuestra cultura, cada generación, en estos más de 500 años, ha cumplido con su tarea de mantener viva la memoria, es importante tener claro que no ha habido descanso en la faena de resistir, hoy nos toca recordarlo, nos toca mantenerlo, nos corresponde la responsabilidad histórica de rebelarnos ante la situación de opresión y marginación en la que todavía se encuentran nuestros pueblos. Hoy no son las haciendas, ni las encomiendas; hoy no son tres carabelas llenas de ladrones las que acechan nuestros territorios. Hoy son los embajadores de las empresas agrícolas transnacionales las que llegan a nuestros territorios para con mentiras tratar de imponer su modelo de desarrollo, envuelto en promesas de productividad y rendimiento, traen sus semillas transgénicas para ocupar los suelos, traen sus agroquímicos para envenenar el ambiente y desequilibrar la vida y el tiempo. Desafortunadamente, estas empresas están logrando convertir a las comunidades nuevamente en esclavos, pues al depender los campesinos indígenas de su agroinsumo, se envuelven en un círculo de consumo, que se convierte en un círculo de endeudamiento de créditos impagables, pues el rendimiento de producción prometido, nunca se materializa. Sin haber logrado superar los daños causados por la invasión española, nuevos retos se ciernen sobre los pueblos indígenas, las estrategias de resistencia de regeneran y actualizan, las alternativas de vida se consolidan hacia la autonomía, pero la industria agroalimentaria en Campeche, y las mineras, carreteras, eólicas, inmobiliarias, energéticas, petroleras, etc. en el resto del país, nos recuerdan que los pueblos indígenas no tenemos nada que festejar. Los de arriba no han sido, ni serán los aliados, es desde abajo donde encontraremos la resistencia que se cultiva y regenera.
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