Por Manuel Ramos Herrera Como cada año, al acercarse la conmemoración del “descubrimiento de América”, las redes y los demás medios se llenan de lamentos, mentadas, recriminaciones y acusaciones sobre el proceso de conquista y colonización que se generó a partir de la llegada del muy despistado Cristóbal Colón al hoy llamado Continente Americano. Más allá de la verdad innegable de la depredación y exterminio que trajo consigo la Conquista, con el derrumbe de imperios, la imposición religiosa y el fin de una era, la realidad es que todo se convierte en meros gestos simbólicos y/o banales que nada pueden significar o cambiar de lo sucedido. El pasado tiene esa característica. No hay cantidad de reproches, enmiendas o arrepentimientos que pueda cambiar lo que ya ocurrió. Lo que más atrae la atención es que pareciera que quienes se lamentan por lo cruento de la Conquista y la Colonización, sienten que se trató de un agravio a México. Y que depende de estas manifestaciones nuestra condición de mexicanos. Como si México ya fuese un país desde mucho antes de la Conquista. No nos entra que lo que somos es producto de este evento histórico. Buena parte de la fuente de esta, muy errada, opinión, se puede entender con la figura de La Malinche. Prototipo de esos “malos mexicanos”, y ancestro de “los traidores que impulsaron y defendieron a Maximiliano”. La satanización de La Malinche, o Doña Marina, es una de las grandes y absurdas injusticias de la Historia de México, y de la tradición popular. La acusación: “traidora a su raza (¡¡¿?!!)” y que “prefirió a los extranjeros”. Ambas infamias podrían ser fácilmente desmentidas con la poca Historia que nos enseñan en Primaria. Simple, Doña Malitzin NO TRAICIONÓ a nadie, ni a su pueblo, ni a su raza. Mucho menos a su “país”. Hija de un Cacique del sur de lo que hoy es Veracruz, a la muerte del mismo Malinali, fue vendida, en calidad de esclava a un grupo de traficantes que la entregó a otro Cacique en lo que hoy es Tabasco. A la llegada de Cortés a esa región, se enfrenta a los indígenas en lo que hoy se conoce como Batalla de Centla. Al derrotarlos, recibe como tributo, oro, textiles y 20 esclavas. Entre estas últimas, Malinali. El resto de la Historia es de todos conocida, a la llegada de Cortés a las costas del hoy Veracruz, los españoles se encuentran con emisarios de Moctezuma. El problema del lenguaje fue resuelto, ya que Malinali (para entonces Doña Marina) hablaba con fluidez el Maya y el Nahua, por lo que las palabras de los aztecas podían ser traducidas al Maya y luego el sacerdote Jerónimo de Aguilar, quien también hablaba el Maya, traducía al español. Así se convierte esta mujer de origen noble, luego reducida a la condición de esclava, en una pieza vital para la Conquista de esta región del Continente Americano, y de la caída del Imperio Azteca, que no de la “conquista de México”. Recordemos, para entonces México NO existía. ¿A quién traicionó Doña Marina? ¿A los Aztecas? No, los Aztecas no eran su pueblo, por el contrario, eran los conquistadores y amos de la región. Un imperio construido mediante la guerra y el sojuzgamiento de muchos otros pueblos. Los Aztecas eran los romanos de esta parte del mundo. Como tales, odiados por los sometidos. ¿Traicionó a su “raza”? Primero tendríamos que resolver si las diversas etnias prehispánicas se consideraban como una sola Nación o raza. ¿Prefirió a los extranjeros? Tampoco, siendo dos veces entregada como esclava ¿Qué alternativa tenía? En todo caso, probablemente para ella, los españoles eran el instrumento para terminar con el dominio Azteca y sus cuotas de sangre para sacrificios. Bajo esta visión ¿Es válido considerar a esta mujer como “traidora”? No, de manera tajante. Pero quizá en esta creencia, junto con los lamentos por el 12 de Octubre, radique la clave para entender la esquizofrenia de una Nación en donde aún no hemos sido capaces de entender, y aceptar, que hoy somos mexicanos como consecuencia de todo un proceso histórico. El 12 de Octubre, Don Hernán Cortés y una mujer que primero se llamó Malitzin, luego Malinali, después Doña Marina, y que hoy es conocida, despectivamente, como La Malinche, son, a la vez, hitos históricos y elementos simbólicos claves para aceptarnos como mexicanos. El producto de un sangriento parto en medio de la guerra de Conquista. Es absurdo renegar o satanizarlos, sin ellos, hoy México no existiría. Nuestra Historia no puede ser cambiada. Historia es pasado y como tal, nada se puede hacer. Dejemos los lamentos por el pasado, que sobradas razones tenemos hoy para lamentar el presente.
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