OpinionPatrimonio cultural, el despojo de la cultura

admin06/12/2014

5cul Por Roberto Grajales El primero de diciembre, Campeche cumplió 15 años de ser “patrimonio cultural de la humanidad” y a pesar de que el gobierno recibió con pompa y algarabía a los representantes nacionales e internacionales, el pueblo campechano no estuvo invitado al magno evento. Claro, los proletarios somos ajenos a eso que no entendemos ¿Y por qué no lo entendemos? Simple ¿Por qué habríamos de venerar unas murallas que en su momento solo protegieron a la clase explotadora, mientras nosotros vivíamos en chocitas a los alrededores? ¿Por qué habríamos de cantar “El pregonero”, si no se nos permite vender en el centro histórico porque afeamos el “patrimonio cultural de la humanidad”? ¿Por qué habría de celebrar las grandes inversiones destinadas a la infraestructura y conservación del primer cuadro de la ciudad, cuando mi colonia está en el total abandono? Es decir, que el estado celebra con sus tiempos (y con nuestro dinero) el despojo de nuestra cultura y la imposición de la suya, porque por ahí va la cosa del mentado patrimonio cultural de la humanidad. Denominar “patrimonio cultural de la humanidad” no es más que despojarnos de la cultura y convertirla en una cultura elitista. A través de esto, el estado determina quién es “culto” y quién “inculto” y quién debe aportar o no a la cultura, así como también cuál es la cultura correcta y la incorrecta y por supuesto, quién debe permanecer y quién no en su territorio. En el caso de Calakmul, “patrimonio mixto de la humanidad”, esto es aún más evidente, pues se han apropiado del legado Maya, engrandeciéndolo, pero alienándolo. Es decir, que se toma el glorioso pasado Maya, pero se deja así, como pasado; y se desprecia a la cultura Maya que hasta el día de hoy se sigue desarrollando. Ya ni hablar del despojo y de la negación de los pueblos de la región al acceso a este “patrimonio”, del cual obtienen su sostenimiento y aquí se marca más cuáles son los intereses del estado. La cultura, según la visión del estado, se convierte en el patrimonio de unos cuantos, el resto del pueblo debe entonces elevarse a los niveles en donde se encuentra la cultura, el estado hace entonces la labor (o el favor) de “llevar la cultura al pueblo” y esto se traduce en dominación cultural. Es aquí que el estado vea la importancia de la dominación cultural y económica, pues quien domina la cultura, domina la economía y viceversa. Entonces, la cultura deja de ser un patrimonio común, o parte de la vida cotidiana y se convierte en una cultura meramente económica, que busca imponer, entre otras cosas, la industria cultural. De esta forma, no sólo nos despojan de la cultura, sino que nos convierten en estereotipos culturales, nos deshumanizan y nos venden como un simple atractivo turístico. El estado construye el acervo artístico que servirá como propaganda de la cultura impuesta, que definirá, según su visión, cuál es la cultura legítima y cuál la ilegítima. Su cultura es entonces la oficial, y por lo tanto, según ellos “la cultura” y las culturas que se seguirán desarrollando en los pueblos, porque responden a una forma de entender el mundo, pasará a ser, para ellos, una subcultura. Dando pie a la discriminación cultural, y de ahí que se diga que nuestros pueblos no tienen cultura, sino folklore. Claro que esta es la intención de la dominación cultural, hacernos sentir menos, bajar hasta el fondo nuestra moral, para que de esta manera aceptemos el despojo, de nuestros territorios y por supuesto, de nuestra cultura. El estado construye su discurso, con la intención de que nosotros, una vez dominados, lo repitamos, para que de esta manera se borre la memoria histórica y con ésta, la intención de resistir. Sin embargo, la necesidad de legitimar e ilegitimar una cultura, de demostrar quién es el dominante y el dominado, permite que la cultura de los pueblos se siga desarrollando y con ella su resistencia cultural, que se traduce en la lucha constante de los pueblos por su liberación. Mientras más se desarrolla el sistema capitalista y su imposición cultural, más se polariza la sociedad y crece más la resistencia de los pueblos que se niegan a morir. Es por eso que mientras este gobierno ve más concretado su proyecto neoliberal, los pueblos sienten más la necesidad de liberarse del yugo que los oprime, y aunque este fenómeno no genera la consciencia de clase propiamente dicha, crea las condiciones subjetivas para su desarrollo. El ejemplo más claro de esto, es que no importa si muere “chespirito” o si gana el américa, o si Peña Nieto insiste en “superar” Ayotzinapa, lo cierto es que la clase trabajadora está despertando de su largo sueño y despojándose de la dominación cultural. Es tiempo de comprender nuestro papel en la historia y llevar la lucha contra la dominación económica y cultural a todos rincones. Debemos destruir el discurso oficial, dejar de repetirlo, y construir un nuevo discurso basado en nuestros saberes como pueblos, que por cierto, seguimos teniendo. Romper incluso con sus títulos, saltar más allá de la tapa que nos han puesto y que hasta ahora nos ha dejado como simples pulgas de circo. Asumirnos explotados y luchar contra la explotación. Hacer real el grito de Zapata “iNo hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno!”, destruir sus espacios, recuperando y reconstruyendo los nuestros, aunque esto implique defender con nuestra muerte la vida.

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