Opinion#Los valores reencontrados

Paginabierta08/06/2017

Coordenada

Por Lupita Ramos

Gracias a Bety “la comarre” y su entusiasta búsqueda, a la que se han sumado Luz Olivia y otras compañeritas, el pasado sábado tres de junio tuve la enorme fortuna de reencontrarme con otras 34 mujeres (de un grupo de 52 alumnas), que conmemorábamos 38 años de egresadas de la Escuela Secundaria Técnica No. 1 en Guadalajara, llamada José Vasconcelos.

El reencuentro ocurrió en la misma escuela, en el salón de clases donde cursamos el tercer grado, en donde nos sentamos en el mismo orden que lo hacíamos hace 38 años y comenzamos a recordar las múltiples anécdotas que nos son comunes. Fue un grato y maravilloso encuentro.

Nos ayudó también a ejercitar nuestras neuronas al tratar de recordar no solo los episodios que de manera entusiasta se narraban unas a otras, sino incluso, para recordar los rostros de quienes éramos hace algunas décadas. Muy emotivo sin duda, volvernos de nuevo adolescentes por un ratito.

Las inquietas de entonces seguían siendo las hiperactivas de ahora, recordábamos sus vagancias y la solidaridad de un grupo que nunca permitió que los castigos fueran solo para ellas, casi siempre el resultado de la reprimenda consistía en un “reporte grupal”, porque el grupo se resistía a denunciar a quien de manera individual había cometido la falta.

Por ejemplo, la ocasión en que Deborah (¿o fue Martha?) se subió al árbol de guayaba y desde las alturas nos mandaba la preciada fruta por la ventana del aula ubicada en el segundo piso; cuando llegó la prefecta para sancionar a quien había cometido la falta, cada una se fue parando para indicar que era ella quien se había subido al árbol y cortado las guayabas.

Cual Fuenteovejuna, asumimos la responsabilidad de una acción de la que todas nos habíamos beneficiado al comer y disfrutar la deliciosa fruta. Con cariño recordé los sabrosos lonches de panela que la mamá de Josefina (la Teco, por los enormes lentes que usaba), mi compañerita de butaca, me enviaba para que no me quedara yo sin desayunar.

Yo, por supuesto, le correspondía el gesto amoroso, ayudándola a estudiar y en ocasiones hasta a contestar su examen de contabilidad, apurándome a llenar de numeritos las enormes hojas contables para tener el tiempo suficiente y contestar su examen también.

Eran actos de solidaridad entre amigas. Todas nos conocíamos, nos invitábamos a nuestras casas, conocíamos a nuestras familias y los problemas comunes que nos aquejaban.

Recordamos a las ausentes, presentes más que nunca en esa aula, en nuestro pensamiento y corazón. Revivimos las múltiples anécdotas y experiencias de vida, en donde el común denominador era la solidaridad, la ayuda mutua y el cariño compartido.

No había una sola amiga especial, era un grupo especial. Nos reuníamos a estudiar, a preparar exámenes, pero también a bailar, a cantar y a explorar el mundo que recién se nos mostraba. Por ejemplo, ir a casa de Gaby, que vivía por la Tuzanía, para conocer la grieta que recién se abría en la tierra cerca de su domicilio o recorrer los baldíos cercanos a la escuela, acompañadas de la maestra de Biología, que nos motivaba para respetar la naturaleza, conocerla y cuidarla.

Yo decidí ser abogada en esa época, las clases de civismo con el profesor Camacho (abogado de profesión) cimentaron en mí el amor por el Derecho y el respeto de las reglas que permiten la convivencia humana.

Así nos reencontramos 34 mujeres, algunas como Irma, que ahora es monja y que viajó desde Aguascalientes, Ana Aurora que viajó de Morelia y Adriana que se trasladó desde Veracruz.

Mujeres realizadas, plenas, felices, con historias dolorosas o gloriosas, pero con una calidad humana fortalecida, sin duda, en esos valores que ahora cada vez es más difícil encontrar: La solidaridad, la ayuda mutua y el cariño compartido.

 

[email protected]  @lupitaramosponce

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