Columna por: Astrid Dzul Hori
Racismo, ¿otro síntoma del COVID?
El COVID no sólo ha implicado cambios significativos en las formas de socialización, en los métodos de enseñanza a través de medios virtuales, en las relaciones afectivas a distancia, en la idea de colectividad y en la importancia de la salud, sino también ha removido y reivindicado uno de los paradigmas más antiguos de nuestra sociedad: el racismo.
Según la COPRED, el racismo es “el odio, rechazo o exclusión de una persona por su raza, color de piel, origen étnico o su lengua, que le impide el goce de sus derechos humanos. Es originado por un sentimiento irracional de superioridad de una persona sobre otra”.
Si bien el racismo en México sienta sus precedentes durante la colonización, con la llegada de los españoles al “Nuevo Mundo”, y posteriormente va tomando forma con el sistema de castas, los modos de vivir, pensar y tipificar el racismo se han transformado. Ahora no se hace referencia a las personas por ser “mulato/a” o “castizo/a” en su acta de bautizo, sino que se han normalizado otras categorías de uso coloquial, en determinados círculos sociales, como “chacha”, “naco/a” y “fresa” o “fifí”; otras tantas han perdurado, en su uso peyorativo, como “indio/a” e “indígena”. Junto con estas categorías que sirven como estigma para las personas a todo lo largo y ancho del país, también se le suman dichos como: “cásate con un güero para mejorar la raza”, “¡eres más indio!”, “trabaja como negro para vivir como blanco”, “no tiene culpa el indio, sino quien lo hace compadre”, “se fue como las chachas”, etc.
Si bien el racismo es común en el día a día de todxs lxs mexicanxs, en su cercanía y en los márgenes del territorio, ¿por qué es tema de conmoción e indignación cuando sucede en otros lugares? ¿Por qué es un tema que hay que discutir y del que hay que preocuparnos cuando sucede en Estados Unidos? ¿Acaso los memes de los “shreksicans vs los whitexicans” no son manifestaciones de racismo? ¿O sólo porque “dan risa” no importan? Parece que la indignación ante el racismo depende del grado de antagonismo que se les atribuya a las personas que son objeto de discriminación, si el lugar en el que se ejecuta un acto racista es un foco mediático, como lo es actualmente Estados Unidos por su muy peculiar presidente, y el cómo se presente al público. De igual manera, sólo hasta que muere alguien, importa (y eso depende).
Por otra parte, temas que también son relevantes no sólo a nivel mundial sino en nuestro país se han dejado de mencionar o simplemente ya no remueven con el mismo ímpetu, como si se tratara de una moda pasajera o el tema de indignación de la semana, considerando qué afectos del público pueden remover los medios sensacionalistas. Por ejemplo, el incremento de los feminicidios (ya que muchas mujeres tienen que convivir con sus agresores en casa), la procesión de personas en sus vehículos privados exigiendo la renuncia de AMLO, los pedófilos sosteniendo que su atracción hacia infantes es una preferencia sexual, la red de pederastia en la que presuntamente está involucrado Donald Trump, el despegue de un cohete tripulado de la empresa SpaceX en plena cuarentena, etc.
Apelar a un ejercicio de concientización de que en México también hay racismo, además de otros problemas que urgen ser tratados, como los feminicidios (aunque el presidente tenga otros datos que respalden su indiferencia ante el asunto), no significa deslegitimar la conmoción y el enojo que la muerte de George Floyd ha despertado en muchas personas. Sino más bien, abrirle la puerta a la indignación hacia otros tantos problemas que nos rodean, que nos susurran al oído.