Por Astrid Dzul Hori
Entre líneas y grietas/Gordos y villanos.
El otro día me apareció una publicación en Instagram donde se preguntaban qué pasaría si se revirtiera el papel de las princesas de Disney con sus respectivas villanas. Me llamó la atención el caso de Ariel —de la Sirenita (Dir. John Musker y Ron Clements, 1989)—. Retrataron a Ariel tal como luce Úrsula y viceversa. Es decir, Úrsula era esbelta y menuda, mientras que Ariel era gorda con un rostro malévolo, tal como Úrsula en la versión cinematográfica de Disney.
Esta imagen me recordó, por ejemplo, a la novela venezolana Mi gorda bella (Dir. José Alcalde y Luis Padilla, 2002-2003). La trama narra la historia de Valentina una mujer gorda que, para lograr superar los obstáculos que le impiden ser feliz, tiene que adelgazar. Igualmente, pensé en Ben Hanscom —interpretado por Jay Ryan— en la película It: capítulo dos (Dir. Andrés Muschietti, 2019). En la primera entrega de esta franquicia, Ben era el niño gordito del Club de los Perdedores. En la segunda entrega, lo vemos como un arquitecto exitoso y musculoso.
Haciendo un lado estos escasos ejemplos, en las producciones audiovisuales normalmente la delgadez es parte de la superación de los problemas de los personajes principales. Esto se debe a que muchas veces se le atribuyen al sobrepeso cualidades como la torpeza, la lentitud, lo grotesco y ser antisocial. Por el contrario, la delgadez pareciera ser sinónimo de velocidad, asertividad, belleza, éxito…En ese sentido, no sólo el marketing que consumimos reproduce los estereotipos que exaltan dicho sinónimo, sino también los personajes que se construyen para las historias que nos interesa contar, compartir e inmortalizar.
A la primera idea —la delgadez como superación y crecimiento de los personajes— se me puede contestar que “la obesidad o sobrepeso traen muchos problemas para la salud”. Estoy de acuerdo con que es importante un equilibrio en el cuerpo para evitar enfermedades en el presente y en el futuro. No obstante, hay características de los cuerpos gordos que son parte del espectro de lo que se considera grotesco o desagradable que se busca descartar dentro de la figura del personaje principal. Por ejemplo, las lonjas, los pliegues, las estrías, las grandes dimensiones, etc. Asimismo, se representa de manera lineal el proceso de transformación del personaje en cuestión, como si hacer tales o cuales actividades en cualquier contexto tuviese como resultado bajar de peso (lo cual no es el caso). También, como si la obesidad sólo fuera causada por problemas alimenticios.
A este tipo de visiones se les ha denominado “gordofóbicas”. Cuando se habla de la gordofobia —literalmente “miedo a la gordura”— no puedo evitar preguntarme cuáles son los límites. Es decir, ¿se puede decir que por un lado hablamos de la gordofobia y por otro de un tema de salud, o se trata de una relación estrecha donde se desdibujan los límites? También está la cuestión sobre qué otros mensajes se transmiten al representar a los personajes de la manera en que lo hacen.
A través de este tipo de películas o series, donde se moraliza la apariencia, se crean imaginarios de cómo debe ser el cuerpo de una persona que aspira a tal o cual cuestión. No es accidental la atribución de lo bueno o lo malo a cuerpos más grandes o pequeños que otros. Lo bueno se instaura como la norma y lo malo como algo indeseable, como lo corrompido: por eso es malo.
Qué difícil es el proceso de ser gorda; aceptar que hay partes de ti que son como son, hagas lo que hagas. Por ello, me parece importante tener una aproximación crítica a los personajes y a las historias que nos gustan o con las que somos afines. Eso nos permite ser más conscientes de si estamos dispuestxs a seguirlos reproduciendo o no. De si queremos ser como nuestros héroes o heroínas de la infancia, o si es tiempo de construir nuevos imaginarios a los cuales aspirar