Por: Astrid Dzul Hori
Las vacunas como moneda de cambio
Si bien parece que nos encontramos en una situación un tanto más prometedora respecto a la pandemia de Covid-19, algunos de los medios para gestionar los daños han dejado mucho de qué hablar. Un caso particular son las vacunas. No sólo se ha discutido sobre los componentes con los que se elaboraron, sino también la distribución y validación de estas a nivel local y global. En este espacio me gustaría reflexionar sobre esa última cuestión, especialmente tomando en cuenta las nociones de riesgo y de reconocimiento. Por riesgo he de entender un fenómeno ambiguo que está entre la seguridad y la destrucción. No ha sucedido, pero es posible que ocurra; no es una fantasía del futuro, porque su calculabilidad hace que se apele a los hechos concretos. Por su parte, el reconocimiento lo entiendo como un criterio que parte de la necesidad del otro para consolidar una identidad en un espacio y tiempo determinados. Es decir, somos en la medida en que una otredad también da cuenta de nuestra propia existencia.
Este panorama dio pie a que me preocupara -tal vez sin fundamento alguno- sobre los potenciales condicionamientos laborales y de movilidad relacionado con la vacuna. Es decir, que se condicionara la aplicación a empleos, el ingreso a instituciones o la movilidad al exterior del país en función de la vacuna que hubieses recibido. Para quienes somos aspiracionistas, como bien piensa nuestro presidente, y sin visa, esas condiciones hipotéticas no me parecían poca cosa. Particularmente, porque en el fondo es un tema de reconocimiento: a qué podemos acceder y a qué no antes, durante y después de la vacunación.
¿Por qué una distribución de riesgos? Porque, oficialmente, no todas las vacunas son avaladas como efectivas para las personas que las usan. Si bien la población se vacuna, a los ojos de instancias nacionales e internacionales, no todas las personas transitan con el mismo porcentaje de inmunidad. Y, por ende -siguiendo con el símil de la vacuna como moneda-, ni con el mismo nivel de reconocimiento. En relación con este último punto, una práctica muy peculiar que se ha convertido en una extensión del pasaporte son las pruebas PCR antes de entrar a determinados países. Como práctica de reconocimiento para ser ciudadanx cosmopolita, me resulta interesante que México, por ejemplo, permite el ingreso al país y la movilidad al interior de la República sin ninguna medida precautoria real. Mientras que otros países piden pruebas para el ingreso de las personas. ¿Qué hay en dichas prácticas y en las agendas políticas que no se ha vuelto una medida precautoria generalizada? ¿Por qué, para México, vale la pena correr los riesgos que supone no implementar dicha medida de precaución?
La pandemia dejó ver las desigualdades sociales bajo una nueva luz, así como nuevas formas de condicionar el reconocimiento y la gestión de los riesgos. Pensar las vacunas como monedas de cambio -una vacuna a cambio de un trabajo, de la salud futura o de la movilidad- resulta un nuevo problema sobre cómo influencia e impacta el quehacer científico en la sociedad -desde sus prácticas experimentales, pasando por sus medios de comunicación, hasta las políticas que avalan toda su gestión-. En ese sentido, mi invitación es a mirar el panorama y reflexionarlo desde toda su complejidad. No sólo se trata de vacunarse por vacunarse: Es importante una práctica de vacunación y cuidado de la salud consciente, no sólo desde la perspectiva científica sino también desde la social.