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Entre líneas y grietas: Las vacunas como moneda de cambio

Por: Astrid Dzul Hori

Las vacunas como moneda de cambio

Si bien parece que nos encontramos en una situación un tanto más prometedora respecto a la pandemia de Covid-19, algunos de los medios para gestionar los daños han dejado mucho de qué hablar. Un caso particular son las vacunas. No sólo se ha discutido sobre los componentes con los que se elaboraron, sino también la distribución y validación de estas a nivel local y global. En este espacio me gustaría reflexionar sobre esa última cuestión, especialmente tomando en cuenta las nociones de riesgo y de reconocimiento. Por riesgo he de entender un fenómeno ambiguo que está entre la seguridad y la destrucción. No ha sucedido, pero es posible que ocurra; no es una fantasía del futuro, porque su calculabilidad hace que se apele a los hechos concretos. Por su parte, el reconocimiento lo entiendo como un criterio que parte de la necesidad del otro para consolidar una identidad en un espacio y tiempo determinados. Es decir, somos en la medida en que una otredad también da cuenta de nuestra propia existencia.

Esta preocupación por la distribución de las vacunas y la validación a partir de estas se sostiene en la idea de que las vacunas contra el Covid-19 son potenciales monedas de cambio. Es decir, que las vacunas pueden ser intercambiables y que tienen un valor, así como el dinero. Por ejemplo, con el dinero puedes comprar cosas o pagar por servicios, así como también intercambiarlo por otras divisas. Así concibo la semejanza entre una vacuna y una moneda cualquiera: con la vacuna se intercambian ciertos servicios, tratos, proyectos y prácticas sociales. Y como toda moneda, hay unas que valen más que otras. Lo mismo ocurre con las vacunas.

Esta idea -de las vacunas como potenciales monedas de cambio- surgió cuando Estados Unidos anunció que cerraría sus fronteras y que sólo podrían acceder las personas que tuviesen vacunas avaladas por la OMS. Para ese entonces, yo sólo había recibido la Cansino -vacuna china de una sola dosis-, la cual se le había aplicado a lxs docentes en mayo del 2021. No obstante, en la plataforma del sistema de salud no había registro alguno de su aplicación -como lo hay actualmente con otras vacunas-. Dicha situación propició que muchas personas con cierto poder adquisitivo fueran a Estados Unidos a aplicarse alguna de las vacunas de una dosis, avaladas por la OMS. Mientras tanto, en México, continuaban vacunando por rangos de edad y a las personas rezagadas con vacunas diversas -Sputnik, AstraZeneca, Sinovac, Pfizer-.

Este panorama dio pie a que me preocupara -tal vez sin fundamento alguno- sobre los potenciales condicionamientos laborales y de movilidad relacionado con la vacuna. Es decir, que se condicionara la aplicación a empleos, el ingreso a instituciones o la movilidad al exterior del país en función de la vacuna que hubieses recibido. Para quienes somos aspiracionistas, como bien piensa nuestro presidente, y sin visa, esas condiciones hipotéticas no me parecían poca cosa. Particularmente, porque en el fondo es un tema de reconocimiento: a qué podemos acceder y a qué no antes, durante y después de la vacunación.

Así como un tema de reconocimiento, la adquisición y distribución de vacunas también puede concebirse como una distribución de riesgos poco equitativa. Deja mucho qué pensar sobre los tratos comerciales y políticos que hay entre las farmacéuticas y los países, los discursos de seguridad de los países sobre la población, de las desigualdades socioeconómicas de la población y cómo en la carrera por la supervivencia unas personas obtienen recursos más rápido y mas eficientemente que otras.

¿Por qué una distribución de riesgos? Porque, oficialmente, no todas las vacunas son avaladas como efectivas para las personas que las usan.  Si bien la población se vacuna, a los ojos de instancias nacionales e internacionales, no todas las personas transitan con el mismo porcentaje de inmunidad. Y, por ende -siguiendo con el símil de la vacuna como moneda-, ni con el mismo nivel de reconocimiento. En relación con este último punto, una práctica muy peculiar que se ha convertido en una extensión del pasaporte son las pruebas PCR antes de entrar a determinados países. Como práctica de reconocimiento para ser ciudadanx cosmopolita, me resulta interesante que México, por ejemplo, permite el ingreso al país y la movilidad al interior de la República sin ninguna medida precautoria real. Mientras que otros países piden pruebas para el ingreso de las personas. ¿Qué hay en dichas prácticas y en las agendas políticas que no se ha vuelto una medida precautoria generalizada? ¿Por qué, para México, vale la pena correr los riesgos que supone no implementar dicha medida de precaución?

Otra cuestión que relaciona el riesgo y el reconocimiento son los efectos secundarios de la vacuna AstraZeneca en los sujetos menstruantes. Hay una falta de reconocimiento hacia dichos sujetos: no se toman en cuenta sus testimonios sobre los efectos adversos de la AstraZeneca para que se llevan a cabo estudios, como si no fuesen un material valioso para el quehacer científico. La falta de estudios y el manejo despreocupado del tema por parte de lxs especialistas genera más incertidumbres sobre los potenciales riesgos presentes y futuros. Asimismo, da paso a una serie de disyuntivas: O me vacuno y tengo efectos secundarios, pero puedo ser admitida en países que la avalan porque la OMS la aprueba, o no me vacuno y me pongo en otro tipo de riesgo y no me permiten entrar a ningún país con restricciones de salubridad. En ambos casos, hay una serie de riesgos involucrados en mayor o menor medida.

No obstante, si bien parece un camino sin salida, hay mucho que considerar respecto a nuestras responsabilidades éticas, sociales y políticas. Las disyuntivas no pueden concluir en una posición antivacuna, ya que necesitamos fomentar espacios seguros, sobre todo porque poco a poco vamos regresando a las dinámicas y prácticas presenciales. Son unas por otras, ¿pero a qué costo? No sólo es importante evaluar las consecuencias, sino también demandar respuestas a los gobiernos y a las comunidades científicas sobre los riesgos de las vacunas.

La pandemia dejó ver las desigualdades sociales bajo una nueva luz, así como nuevas formas de condicionar el reconocimiento y la gestión de los riesgos. Pensar las vacunas como monedas de cambio -una vacuna a cambio de un trabajo, de la salud futura o de la movilidad- resulta un nuevo problema sobre cómo influencia e impacta el quehacer científico en la sociedad -desde sus prácticas experimentales, pasando por sus medios de comunicación, hasta las políticas que avalan toda su gestión-. En ese sentido, mi invitación es a mirar el panorama y reflexionarlo desde toda su complejidad. No sólo se trata de vacunarse por vacunarse: Es importante una práctica de vacunación y cuidado de la salud consciente, no sólo desde la perspectiva científica sino también desde la social.