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La comedia y sus demonios: Chespirito vs Carlos Ballarta

 

Por: Astrid Dzul Hori

El pasado 1ro de noviembre, Carlos Ballarta, comediante mexicano, publicó un artículo de opinión en el The Washington Post sobre la aseveración que hizo de que Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” era lo peor que le había pasado a la comedia mexicana (https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2021/11/01/carlos-ballarta-chespirito-roberto-gomez-bolanos-dictadura-comedia).

Si bien lo que sostiene Ballarta es problemático, considero que es una crítica muy interesante que vale la pena revisar. Especialmente, porque es una reflexión sobre su profesión como comediante. Y es sabido que la comedia contemporánea ha sido fuertemente criticada por los contenidos con los que se trabaja, y que “cualquiera puede convertirse en comediante”, debido al fácil acceso que se tiene a los contenidos vía internet.

Tomando en cuenta este contexto, me gustaría abordar tres puntos en particular: 1) la separación del artista respecto de su obra, 2) ¿qué es la comedia? y 3) la cancelación vs la revisión. Tales cuestiones las he tenido muy presentes, debido a las constantes controversias que hay en torno a esta forma de entretenimiento. Muchxs comediantes se toman licencias para poder hacer comedia con temas controversiales en contextos políticos escabrosos. Ballarta hace hincapié en Chespirito, a quien se le permitió presentarse en Chile y Argentina durante las dictaturas de Pinochet y Videla, respectivamente.

En un ejemplo como este es que se enmarca la pregunta de si un artista puede separarse de su obra. A partir de las diversas respuestas a esta cuestión es que puede o no apelarse a una cultura de la cancelación. Es decir, si no se separan y si se está de acuerdo con la cancelación, entonces, se cancela a la persona y sus obras. Si sí se separan dichos ámbitos y se está de acuerdo con la cancelación, entonces, puede cancelarse su obra o a la persona, dependiendo de los intereses de quienes emitan los juicios de valor. Si no se está a favor de la cultura de la cancelación y no se separa al autor de su obra, entonces, no sucede ningún cambio sustancial al continuar consumiendo dicha obra. Por último, si no se está a favor de la cultura de la cancelación y concedemos la posibilidad de separar al autor de su obra, pero no tan tajantemente, se puede hacer una revisión de lo que se puede mantener de esta o no. En el fondo, el meollo del asunto con la cancelación es que se pierdan obras importantes para la historia de la humanidad. En ese sentido, pareciera que no es tan relevante la persona, sino su “legado”.

En este marco (donde puede haber más opciones, además de las que expreso aquí) vale la pena, como bien invita Ballarta, revisar más no cancelar la obra de Gómez Bolaños. Si bien respondió a una forma de instrucción en masas durante el apogeo de Televisa como el medio de entretenimiento avalado por el gobierno mexicano, y era partidario de valores conservadores como la no despenalización del aborto, la labor artística de Gómez Bolaños dejó un legado cultural para esas generaciones. Reconocer su impacto cultural, no excluye que reconozcamos, de igual forma, que su comedia era una comedia institucionalizada. Normalizó que la vulnerabilidad y la violencia hacia grupos minoritarios fuese causa de risa. De igual manera, sin quererlo (o tal vez sí), la figura del Chavo del 8 fue un ejemplo de valentía para quienes vivían en contextos de opresión y de violencia: a pesar de las adversidades, podías resolverlo todo con una buena actitud.

Lo que se consideraba cómico antes tal vez hoy ya no lo sea, porque los prejuicios y los valores sociales han cambiado. Hoy, con la debida distancia histórica, los personajes como Chavo del 8 y el Chapulín Colorado, para muchas personas no dan gracia alguna. ¿Por qué nadie había dicho nada al respecto? Y si sí se dijo, ¿por qué no se visibilizó? Porque es un referente cultural nacional, no sólo para nuestros padres, nuestras madres y abuelxs. Hablar del tema puede herir susceptibilidades; puede causar tanta indignación como hablar mal de Juan Gabriel, por ejemplo. O simplemente nadie se había concientizado lo suficiente como para decir algo al respecto, porque pesaba más la influencia que los modos en los que logró trascender en el mundo del espectáculo.

Esto nos lleva a la cuestión sobre qué es la comedia. Primero que nada, no soy comediante. Me cuestiono lo anterior desde mi posición como aficionada de espectáculos de comedia. ¿Cómo me surgió la inquietud? Cuando me di cuenta de que reía de chistes sobre personas afrodescendientes, misóginos, sobre personas con sobrepeso (es decir, el famosísimo “humor negro”). Hay quien me dirá: no hay que pensar, sólo disfrutar del espectáculo y reír, pero ¿qué sucede cuando los chistes refieren a una violencia o agresión que se ha vivido en carne propia o que viven otras personas (y que su sufrimiento nos causa desconcierto)? Ahí ya no parece ser tan gracioso el asunto.

Lo que para unas personas es gracioso y para otras ofensivo, trae consigo la pregunta de si se deben establecer criterios normativos sobre lo que está permitido utilizar para hacer comedia. De ello se deriva la preocupación de si dichos criterios pudieran matar el sentido de la comedia. No tengo una respuesta a dicha pregunta. No vengo hoy a dar una respuesta a este problema. Más bien, vengo a sumarle mis cuestionamientos e inquietudes. Tengo dos en particular: 1) ¿hay alguna implicación al reírme de ciertos chistes? y 2) ¿cuáles son los límites de la libertad de expresión?

La primera cuestión refiere a que reírse de ciertos chistes pueden normalizar la violencia a ciertas personas, por ejemplo, los chistes misóginos. Pero ¿se puede controlar aquello que hace reír? No me lo parece. Es, más bien, una respuesta automática ante una situación donde hay un estímulo específico. La cuestión es lo que hay en la red de creencias y vivencias que posibilitan que haya temas que sean más risibles que otros. También están los espacios que se frecuentan que reproducen ese tipo de comedia. Pero claro, las personas no siempre están dispuestas a cuestionar las prácticas de entretenimiento que llevan a cabo, especialmente porque estas sirven como distracción y para relajarse ante el ajetreo de la vida cotidiana. Sin embargo, creo que la autoexaminación de aquello que provoca risa puede desvelar creencias que no se sabía que estaban introyectadas o normalizadas. Con esto no trato de determinar qué comedia es buena o no, más bien me interesa invitarles a evaluar dichas prácticas para saber dónde se está paradx; asimismo, para ser conscientes sobre qué licencias se toma cada quien cuando hace chistes y cuando se ríe de determinados chistes.

Respecto a la segunda pregunta, que se relaciona estrechamente con lo anterior, me parece problemático apelar a la libertad de expresión para permitir que lxs comediantes digan lo que quieren, en los medios que prefieren. ¿Por qué es problemático? Porque, así como se apela a la libertad de expresión para permitir que las personas digan lo que quieren decir sin represalias, también se emplea para silenciar cuando lo que se dice puede causar daño (y la persona a la que se silencia apela, a su vez, a la libertad de expresión para salvaguardar sus derechos). En ese sentido, no me parece que la libertad de expresión sea el criterio para tomar en cuenta si se desea establecer límites a la labor de comediante. Es un derecho que hay que dar por sentado; que quienes pueden pararse en un escenario y tienen una voz en las redes sociales ya cuentan con este derecho por ser figuras públicas. Las licencias que se tome un/a comediante al hacer chistes sobre temas problemáticos tendrán que justificarse con mejores razones que sólo la libertad de expresión. Es un gaje del oficio. Su labor no es apolítica, por el contrario.

Me gustaría finalizar haciendo énfasis en que todavía queda mucho qué decir al respecto de este tema. No debe abandonarse porque forma parte de cómo se articula la convivencia social, y porque es algo que se consume concurrentemente en el tiempo libre. Asimismo, considero importante retomar la invitación que hace Ballarta al final de su artículo: si bien la comedia es una cuestión subjetiva, es importante cuestionarla y repensarla, así como el papel del/la comediante. No todo lo que da risa es automáticamente bueno (incluso el propio Ballarta ha tenido sus chistesillos problemáticos). Por ejemplo, Ballarta hace hincapié en las risas de fondo en los programas de televisión, que marcan la pauta de lo que es gracioso de lo que no. Dicha estrategia, funciona como una forma de instruir a la audiencia sobre lo que es gracioso de lo que no es. Esto también sucede con los aplausos. Además de esta revisión de los modos de presentar los programas televisivos, es importante incorporar las reflexiones con perspectiva de género sobre los roles de las mujeres en dichos programas. Igualmente, evaluar el lenguaje empleado en el guion del/la comediante. Todo esto no para cancelar la comedia o a determinadxs comediantes, sino para ser conscientes de qué nos estamos riendo y qué compromisos conlleva eso.