DestacadosOpinion#VivasSeLasLlevaronVivasLasQueremos: personas desaparecidas y el no-cuerpo.

Ronny Aguilar23/03/2021

#VivasSeLasLlevaronVivasLasQueremos: personas desaparecidas y el no-cuerpo.

Para una madre, la desaparición de un hijo significa un espacio sin tregua, una angustia larga, no hay resignación ni consuelo, ni tiempo para que cicatrice la herida. La muerte mata la esperanza, pero la desaparición es intolerable porque ni mata ni deja vivir.

Elena Poniatowska [1]

Seguramente has visto algún afiche en blanco y negro que retrata a una persona desaparecida; no sólo tapizan las puertas del transporte público, sino también los postes de luz, las paredes de las calles y algunos establecimientos. Esta hoja, además de la foto, enlista una serie de rasgos físicos con los que puedes identificar a la persona que se busca, lo último que llevaba puesto, dónde le vieron la última vez. Probablemente los ves tan seguido que ya ni te detienes a mirar de quién se trata. O tal vez los confundes con los miles de volantes publicitarios que revolotean por tu ciudad. O simplemente ya no los ves.

La columna de hoy aborda el siguiente eje temático de la exposición virtual “Paredes Rayadas”, en Salón Virtual de Arte: las personas desaparecidas y el no-cuerpo. #VivasSeLasLlevaronVivasLasQueremos, reza una de las consignas que vemos en las movilizaciones feministas. Pero ¿cuál es la historia detrás de esta exigencia? ¿Qué factores y agentes giran en torno a una persona desparecida? ¿Qué implica desaparecer en un contexto como el de México?

Partiendo de nuestro respectivo contexto, hay que distinguir entre “desaparición forzada” y “desaparición generalizada”. La primera se entiende como «el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley» [2]. La desaparición generalizada, por su parte, no es obra de agentes del Estado o por personas o grupos que actúen con su autorización, sino que pueden ejecutarla el crimen organizado y/o particulares con fines diversos. 

¿Por qué hacer esta distinción? Mitzi Robles, filósofa feminista y activista en materia de desapariciones en México, sostiene que es pertinente dicha distinción porque “hay desapariciones que pueden ser reclutamiento forzado por actores privados, trata, secuestro, homicidio y/o feminicidio. Sin embargo, al no encontrar el cuerpo, se reconoce como desaparición. Por eso, se habla de desaparición forzada y desaparición por particulares, para hacer la distinción jurídica”. Esta distinción es pertinente ya que, actualmente, las motivaciones de las desapariciones en México se han diversificado: no sólo desaparecen hombres adultos, sino mujeres, adolescentes, niñas y niños. Cada cual por motivos diferentes. En ese sentido, homologar las causas no permite que evaluemos la complejidad y el alcance de las desapariciones, ya no sólo como estrategia de terror y silenciamiento, sino como una estrategia de dominio y control por parte de organizaciones criminales, por ejemplo.

No obstante, como todo, la desaparición generalizada tiene un precedente histórico. En el caso de México, comienza en la década de 1960, durante la conocida Guerra Sucia, bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). En dicho periodo, se incorpora la desaparición forzada como una estrategia estatal para sembrar terror entre los movimientos contrainsurgentes y para deshacerse de la oposición política. Se considera que la primera desaparición documentada de contrainsurgentes fue la de Epifanio Avilés Rojas, el 19 de mayo de 1969; Epifanio era militante de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria en Coyuca de Catalán, Guerrero. 

Durante la década de 1970, se elaboró el “Plan Telaraña” (marzo 1971). Tenía como objetivo “anular la capacidad política y combatiente de las organizaciones guerrilleras en la sierra de Guerrero, así como sus núcleos urbanos. En este plan se expresa por primera vez la acción de detener y desaparecer como parte de los procedimientos” [3]. A mediados de la misma, comenzaron a formarse grupos represivos clandestinos y públicos para contrarrestar a los grupos contrainsurgentes. El más importante fue la “Brigada Especial”, cuyo objetivo era eliminar a la Liga Comunista 23 de septiembre. Es responsable de las detenciones-desapariciones en el Valle de México durante esta década [4]. Otro grupo similar a este fue el creado a partir del Plan Operaciones Silenciador, en mayo de 1978. Su objetivo era combatir a la organización guerrillera “Unión del Pueblo” en Oaxaca, Ciudad de México y Guadalajara. 

En 1977, a partir de la “Operación Cóndor”, la desaparición de personas se extendió a la población civil, y no sólo a la contrainsurgencia. Miles de personas fueron aprehendidas arbitrariamente y fueron forzadas a ser desplazadas de las comunidades serranas. Estas prácticas le dieron forma a las desapariciones como las conocemos actualmente. La “Operación Cóndor” fue puesta en vigor en Sinaloa, con la justificación de que el Estado Mexicano se encontraba en una guerra contra el narco. Esta estrategia estatal de desaparición y tortura se implementó para acabar con grupos guerrilleros de la zona.

En el 2006, comienza otra ola de violencia, donde las desapariciones forzadas aumentan notoriamente. Esto, a partir de la llamada “Guerra contra el narco”; propuesta por el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa. Las cifras no son exactas, pero se estima que esta guerra dejó alrededor de 800 fosas clandestinas, 10 mil cuerpos sin identificar y más de 70 mil personas desaparecidas: “a los desaparecidos de esta guerra no les queda ni el anonimato de la estadística. No alcanzan a ser siquiera un número preciso” [5]

Desde el 2007, las desapariciones en contra de disidentes políticos continúan como una práctica común en las tierras mexicanas. Los dirigentes Gabriel Alberto Cruz Sánchez y Edmundo Reyes Amaya fueron detenidos y desaparecidos en un operativo militar el 27 de mayo de 2007. Eso sucedió en el marco del primer aniversario del movimiento de la APPO en Oaxaca.

Como parte de la guerra contra el narco, en 2008, el gobierno federal lanzó el operativo “Conjunto Chihuahua”, en el que desplegó más de 5 mil efectivos del ejército mexicano. Desde la década de 1990, Ciudad Juárez fue el epicentro de miles de desapariciones de mujeres y de feminicidios por parte del crimen organizado, estrechamente coludido con autoridades del gobierno estatal. Los cuerpos que se encontraban eran principalmente de mujeres jóvenes que trabajaban en condiciones precarias en las maquiladoras de la región. Las desapariciones y feminicidios incrementaron notoriamente tras la intervención militar del operativo “Conjunto Chihuahua”. Entre 2008 y 2013 se registraron en Chihuahua 1,818 casos de mujeres desaparecidas: “Ciudad Juárez quedó atrapada entre la guerra de cárteles y la estrategia policiaco-militar del gobierno federal, provocando que los niveles de violencia alcanzaran niveles de crisis social” [6].

Otro acontecimiento de gran envergadura fue la desaparición de 43 normalistas en septiembre de 2014, en Ayotzinapa en Iguala, Guerrero. Esta situación dejó en evidencia la colusión del gobierno mexicano con el crimen organizado; de igual manera, que no había protocolos adecuados en materia de desaparición en México.

Si bien desde noviembre de 2017 se promulgó en el Diario Oficial de la Federación la Ley general en materia de desaparición forzada de personas, desaparición cometida por particulares y del sistema nacional de búsqueda de personas [7], los protocolos de las instancias estatales para el ejercicio de dicha ley son deficientes. Además, hay involucramiento, colaboración deliberada entre autoridades y grupos de crimen organizado para cometer estas desapariciones; es decir, es un tema de voluntad [8].

Ante la impunidad, las deficiencias protocolares del Estados y la colusión de autoridades con el crimen organizado, la sociedad civil ha tomado cartas en el asunto. Actualmente, existen alrededor de 50 colectivos a todo lo largo y ancho de la República Mexicana, dedicados a la búsqueda de personas desaparecidas. Asimismo, el Museo Casa de la Memoria Indómita y la biblioteca “Archivos de la Represión”, cuyo objetivo es preservar la memoria colectiva de las personas desaparecidas y los documentos que prueban y vinculan a los actores de la desaparición con las víctimas.

¿Hay algo peor que una persona muerta? Una persona desaparecida. Ante la ausencia del cuerpo de la víctima, no hay certeza de nada: son “desaparecidos[as] en un no lugar en un no tiempo” [9]. Son arrebatadas de su coyuntura y de sus derechos humanos tales como: derecho a la seguridad y la dignidad personales, a no sufrir tortura ni otras penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes; derecho a unas condiciones de detención humanas, a la personalidad jurídica, a un juicio justo, a la vida familiar, y a la vida (si matan a la persona desaparecida o si se ignora su suerte) [10]. De igual manera, su identidad como persona y como ciudadanx son vulneradas y transgredidas a través de esta práctica violenta: no sólo se les desaparece (se les arrebata de su tiempo-espacio y se les desconoce), sino que se utilizan sustancias para eliminar cualquier rastro de su existencia, por ejemplo, meter los cuerpos en tambores de ácido o quemarlos hasta dejar cenizas. El reconocimiento de los cadáveres, en el caso de encontrarles en alguna fosa clandestina, se vuelve una tarea ardua y, muchas veces, imposible. En ese sentido, la desaparición “es entonces una catástrofe [entendida como inestabilidad estable: el desajuste permanente entre palabras y cosas], un desajuste de la estructura y, especialmente, un desajuste de las relaciones entre identidad y lenguaje […]: Díganme cómo se le dice a un hijo sin padres: huérfano. A una mujer que se le ha muerto su esposo: viuda. Y díganme cómo se le dice a un padre que ha perdido a su hijo: para eso no hay palabras (Eugenio, padre de un joven desaparecido en Torreón, Coahuila, 2015)” [11].

La preocupación radica no sólo en la desaparición del cuerpo mismo, “sino en el hecho de que no exista una muerte corpórea, esto es, una muerte que sabe sin la existencia de un cuerpo que elimina al individuo” [12]. Esto representa una crisis de sentido para las familias de las víctimas y para la población en general porque ¿cómo nombrar lo que se arrebata de esa forma? ¿Cómo le devuelvo la identidad a quienes se las han despojado, arrebatado? ¿Cómo recordar? Una de las respuestas a estas preguntas son los murales con los rostros de las personas desaparecidas: “La huella funciona como detonante del cuerpo ausente” [13]. Dichos murales constituyen una huella que interviene el espacio público a modo de denuncia y protesta por la persona desaparecida. Se pinta el rostro de la persona en el lugar en el que fue vista por última vez. Dichas intervenciones son como afiches para no olvidar y para otorgarle un rostro y un nombre a quien se está buscando.

Esta forma de denuncia está ligada con la idea de no-cuerpo. El “no-cuerpo no elimina al cuerpo, sino que, se rinde a la necesidad de totalidad y se reapropia del cuerpo violentado para nombrarlo, metafóricamente dicho: niega el cuerpo para hacerlo presente[14]. El cuerpo desaparecido es reapropiado a través de una representación de ese fragmento de existencia que queda en quienes le buscan: la memoria. Y no una memoria individual, sino colectiva. No una memoria de muerte, sino de vida. Es interesante como las personas desaparecidas, ante la ausencia de un cuerpo que revele su estado vital, congrega un cuerpo colectivo conformado por sus familiares y amigxs, que acompaña, busca y exige verdad y justicia. La peor de las luchas es contra el olvido. En ese sentido, las familias y amigxs de las víctimas toman las paredes de las calles para remover la cotidianidad de la gente: convierten un cuerpo violentado en un lienzo de protesta y denuncia que remueve los prejuicios y estigmas en torno a la desaparición. No se fue con el novio, no está coludido con el narco, no era maliante…era una persona común y corriente transitando las calles de su ciudad para ir a casa, al trabajo, a una fiesta…

Por ejemplo, un colectivo que interviene el espacio público pintando murales es Hasta encontrarles CDMX. Este colectivo está conformado en su mayoría por familiares de las personas desaparecidas. Mitzi Robles, integrante del colectivo, nos comparte que sus tres objetivos principales son: 1) acompañar en los procesos de investigación y búsqueda de personas desaparecidas en la Ciudad de México. 2) Visibilizar el fenómeno de la desaparición de personas. Este objetivo está relacionado con un proceso de sensibilización de la población en general, ya que muchas personas se posicionan desde el estigma o la indiferencia cuando se trata de la desaparición de personas. Se busca ayudar a comprender que, sea cual sea la razón por la que se haya cometido un delito, ninguna persona debería de desaparecer. De ahí se desprende el proyecto de los murales. Estos funcionan como foto-volantes en las paredes que permiten construir la imagen de la persona con los antecedentes de su vida antes de desaparecer; pretenden recuperar la narrativa de la persona en vida. 3) Y trabajo político a través de construir agenda con las autoridades de la Ciudad de México para dialogar acerca de los protocolos de búsqueda, así como para dar retroalimentación para ayudar a que estos sean cada vez más eficaces.

No normalicemos los rostros tapizando las calles, en afiches de papel ni en murales. Detengámonos a mirarles. Eran personas que como tú o como yo, salieron un día pero que no volvieron a casa. La desaparición de personas es un crimen que atenta no sólo contra la persona misma a la que se le arrebata su tiempo y espacio, sino para quienes le rodean. Donde se desaparece a la gente por alzar la voz, no puede existir la democracia, mucho menos la libertad. No convirtamos a miles de personas desaparecidas en cifras inexactas, nombrémoslas. Que sus rostros permanezcan visibles, que no se traspapelen y que los gobernantes que lleguen al poder sepan que debajo de ellos yacen miles de personas que sus antecesores dejaron sin rostros. Que quisieron arrebatar su existencia pero que, por las voces de miles más buscando, no lo lograron. 

¿Dónde están? #NosFaltanMiles

Referencias

[1] [8] Rabasa, Diego. (2019). Corto Documental “Sin Tregua”. Disponible en:  https://www.youtube.com/watch?v=6Kv5RLV-snY&ab_channel=ElPa%C3%ADs

[2] ¿Qué es la desaparición forzada? En i(dh)eas. Litigio Estratégicos en Derechos Humanos A.C. Consultado el 21 de marzo de 2021 en: https://www.idheas.org.mx/violaciones-graves-a-d-d-h-h/desaparicion-forzada/

[3] [4] [5] [6] [9] Artículo 19. (2019). Documental “Desaparecer en México”. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=bsyVLajdULA&list=WL&index=38

[7] Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión. Ley general en materia de desaparición forzada de personas, desaparición cometida por particulares y del sistema nacional de búsqueda de personas. Consultado el 21 de marzo de 2021 en: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/LGMDFP_190221.pdf

[10] “Desapariciones forzadas” en Amnistía Internacional España. Consultado el 21 de marzo de 2021 en: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/temas/desapariciones-forzadas/

[11] Robledo Silvestre, Carolina. “Genealogía e historia no resuelta de la desaparición forzada en México”, en Íconos. Revista de Ciencias Sociales, núm. 55, 2016, pp. 93-114. Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=50945652005

[12] [13] [14] Pérez López, Janneth Alyne. 2020. “El no-cuerpo. Un espacio alterno a la violencia”, en INDEX, Revista de Arte Contemporáneo. DOI: 10.26807/cav.vi10.307

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