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Ronny Aguilar09/03/2021

Columna por : Astrid Dzul Hori

 

La vida de una mujer vale mas que un montón de PAREDES RAYADAS

 

Marzo es un mes en el que se reivindica la lucha, la resistencia, la memoria y la sororidad. Si bien se llevaron a cabo movilizaciones de mujeres como cada año, la pandemia del COVID-19 y las dinámicas laborales limitan las posibilidades de muchas mujeres para manifestarse. Sin embargo, hay nuevas trincheras que conquistar: por ejemplo, el activismo y la recuperación de memorias colectivas de lucha a través de las redes sociales. En este tenor surge la exposición virtual “Paredes Rayadas”, en Salón Virtual de Arte. Esta cuenta de Instagram surge en octubre de 2020 como un espacio artístico virtual bajo la dirección curatorial de Paola Talavera y Alejandra GuCe. Su primera exposición fue #COVID_19.

El 2019 fue un año muy significativo para el movimiento feminista en México. La marcha del 16 de agosto de 2019, “No me cuidan, me violan”, dio paso a una serie de polémicas por las intervenciones al espacio público, desencadenadas por esta marcha. Especialmente, las realizadas a los monumentos considerados patrimonio cultural, tales como el Ángel de la Independencia y el Hemiciclo a Juárez. La exposición virtual “Paredes Rayadas” pretende reflexionar y dialogar en torno a estos acontecimientos protagonizados por las movilizaciones feministas. Su objetivo es contribuir a la visibilización de la violencia de género y a luchar contra la criminalización de estas expresiones de protesta.

La exposición es organizada y curada por Paola Talavera (creadora y directora de Salón Virtual de Arte) y Alejandra GuCe (gestora cultural de Salón Virtual de Arte). Contará con las colaboraciones de Diana Cano (socióloga y fotógrafa), Mitzi Robles (filósofa feminista y activista), Tornazolzacni (fotógrafa), Paola Macedo (fotógrafa), Monserrat Tenopala (fotógrafa) y una servidora, Astrid Dzul Hori (filósofa feminista y columnista). Las colaboraciones girarán en torno a cuatro ejes temáticos: la historia de las protestas feministas en México, la relevancia de las Restauradoras con Glitter tras las pintas al Ángel de la Independencia, la intervención del espacio público como denuncia y visibilización de las personas desaparecidas, y las pintas feministas como expresiones artísticas.

Durante el mes de marzo, los contenidos de esta columna acompañarán a la exposición virtual con la intención de fomentar la reflexión y el diálogo que estos acontecimientos que, a dos años de haberse detonado, interpelan y remueven nuestro espíritu de lucha, y nos invitan a recordar las consignas que quedaron eclipsadas por la pandemia. Marzo es un momento para la memoria y para volver a movilizar nuestras convicciones, para repensarnos como mujeres y como feministas: “pues nada debería esta más lejos de la apuesta feminista que la adaptación, la resignación o la incuria” [1].

Esta primera columna está destinada a un breve recuento de la historia del feminismo en México. ¿Por qué tomarnos el tiempo de hacer dicho recorrido? Por dos razones. La primera, porque las movilizaciones y acciones feministas que han tomado fuerza desde el 2019 no son acontecimientos aislados, ni surgidos de un día para otro, ni tienen intenciones de ser prácticas vandálicas (como las han hecho ver los medios de comunicación). Sino que es el resultado de un proceso histórico que, como tal, remite a las luchas, protestas y manifestaciones que las mujeres comenzaron desde el siglo pasado. Los objetivos concretos de las luchas han sufrido transformaciones porque se han logrado derechos civiles y políticos (como el derecho al voto); sin embargo, que se abra una puerta no significa que las demás se abrirán por efecto dominó. La segunda razón es porque, como dice Dora Barrancos, “conservar la memoria de los feminismos es parte de la saga para ganar la igualdad [de derechos entre hombres y mujeres]” [2].

Los feminismos en América Latina están estrechamente influenciados por las aportaciones de mujeres de otras latitudes (Europa y Estados Unidos, por ejemplo). Sin embargo, el contexto de cada país latinoamericano ha reapropiado y abonado a las teorías y prácticas feministas según las condiciones en las que viven sus respectivas mujeres. Un hecho significativo en la historia de México es que fue uno de los últimos países en conseguir el sufragio femenino, en comparación con otros (incluso latinoamericanos). Esto implicó un desfase en relación con los demás movimientos feministas, tales como los ingleses y anglosajones. No obstante, no representó un cese o un freno para el desarrollo de los feminismos en México.

Ahora, aunque a lo largo de la historia han acontecido múltiples luchas y movilizaciones de mujeres, significativas para los feminismos, haré un especial énfasis en las que forman parte de la historia del feminismo en México. Esto, con la intención de contextualizar y localizar dentro de un devenir histórico particular, las protestas en las que se enmarca la exposición “Paredes Rayadas”.

Una de las precursoras más importantes del feminismo fue Juana Inés de Asbaje y Ramírez, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz. Sor Juana “se sirvió de la escritura, porque ha sido una experiencia de goce y de escape para las que pudieron acceder a la alfabetización” [6]. No obstante, a sus reflexiones perspicaces sobre las mujeres y la necedad de los hombres no se les daría ningún seguimiento en los años por venir. 

Fue hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX que comienzan a articularse colectivamente las primeras agrupaciones de mujeres. Cabe destacar algunas de las características del contexto en el que surgieron dichas agrupaciones: 1) la sanción del Código Civil en 1884 que declaraba inferiores a las mujeres casadas situándolas como imbéciles; y 2) el ingreso de la mujer a la universidad, cuyo comienzo se da por la fundación de la Escuela Nacional Secundaria para Señoritas en 1869, durante el periodo presidencial de Benito Juárez, y posteriormente por la fundación de la Escuela Normal de Profesoras en 1888, durante el Porfiriato. De igual manera, es importante destacar un antecedente de los movimientos sufragistas: la carta de las mujeres zacatecanas al Congreso Constituyente en 1824, donde reclamaron participar en la toma de decisiones.

Las primeras agrupaciones de mujeres en el marco de este contexto se dieron mediante:

  • El surgimiento de revistas feministas donde, a través de la escritura, las mujeres lucharon por el sufragio y por la igualdad de derechos. Las más importantes entre 1873 y 1887 fueron Las Hijas del Anáhuac, El Álbum de la Mujer, El Correo de las Señoras, y Violetas del Anáhuac. Esta última fue fundada por Laureana Wright González (que la dirigió en 1887). En sus artículos, Laureana difundía “los avances que las sufragistas iban logrando en otras partes del mundo y demandaba la igualdad de derechos para los dos sexos como la verdadera regeneración de la humanidad” [7].
  • Las mujeres mexicanas encabezaron movimientos sindicalistas como el de las saraperas en Puebla (1884) y el de las cigarreras de México (1887). Dichos movimientos fueron consecuencia de la gran brecha salarial que había entre hombres y mujeres en las fábricas, principalmente de textiles. A las mujeres se les pagaba menos que a los hombres aún cuando realizaban los mismos trabajos que estos.
  • Comenzaron a organizarse en clubes políticos contra la dictadura de Porfirio Díaz: participaron activamente en el Club Liberal Ponciano Arriaga, y en 1906 se constituyó la agrupación Admiradoras de Juárez, formada por Eulalia Guzmán, Hermilda Galindo y Luz Vera. Su objetivo era la obtención del sufragio.

Si bien hubo un notable incremento de las agrupaciones de mujeres, estas aun no originaban una identificación con los derechos femeninos: “Muy probablemente el ideal feminista se incorporó a la propia vorágine de la Revolución iniciada en 1910, y es a esta década singular de la historia mexicana a la que debe atribuirse el surgimiento de colectivos dirigidos a las reivindicaciones feministas” [8].

Las mujeres se incorporaron a las luchas revolucionarias, organizaron clubes antirreeleccionistas y se incorporaron a la Revolución maderista. Aunque participaron activamente en la Revolución, donde algunas de ellas dejaron el magisterio y se convirtieron en coronelas, esta no les hizo justicia ni reconoció sus derechos políticos.

En 1916, el entonces gobernador de Yucatán, Salvador Alvarado, organizó el Primer Congreso Feminista en Yucatán. Sobresalieron las participaciones de Hermilda Galindo (en ese entonces, secretaria de Venustiano Carranza) y Elvia Carrillo Puerto (destacada organizadora de las mujeres en Yucatán, fundadora de la Liga Feminista Rita Cetina Gutiérrez). Hermilda leyó el texto La mujer porvenir, en el que “se permitió arremeter contra los lugares comunes del recato, refutó la exigente sexualidad que debían mostrar las mujeres” [9].

Tras no obtener ninguna resolución sobre su derecho al voto, en 1917, Hermilda Galindo y Eldemira Trejo encabezaron a un grupo de mujeres que se manifestó por el sufragio femenino, a las puertas del Teatro Iturbide de Querétaro, donde sesionaba el Congreso Constituyente de Venustiano Carranza.

A partir de la década de 1920, se tuvieron algunos logros en materia de derechos políticos, tal como el derecho al voto a nivel local, en estados como Yucatán, San Luis Potosí y Chiapas. Sin embargo, los cambios políticos a nivel nacional hacían retroceder estos avances, así como el temor de los hombres porque el voto femenino se inclinase al conservadurismo.

Se fundaron varios grupos de mujeres feministas que se sumaron a la lucha internacional por los derechos políticos de las mujeres, así como para ajustar el feminismo según las condiciones propias de las mujeres según su contexto. Tal fue el caso de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, fundada en 1922 por Elena Arizmendi Mejía, Paulina Luisi y Carmen de Burgos. Arizmendi junto con Sofía Villa de Buentello propiciaron, dentro de la Liga, la Conferencia Mujeres de la Raza “con el objetivo principal de exhibir un pensamiento más identificado con la realidad de las mujeres de América Latina, de mayor apego a su idiosincracia” [10]

Entre 1921 y 1925, funcionó el Consejo Feminista Mexicano, colectivo que promovía la agencia de los derechos en México. Fue una iniciativa de mujeres de izquierda, como Elena Torres, Evelyn Roy y Refugio García. En su corta gestión, el CFM propuso el voto femenino, la reforma del código civil para equiparar a las mujeres y mejorar las condiciones de empleabilidad que condujeran a iguales salarios de hombres y mujeres, abogaron por la creación de albergues para trabajadoras y tuvieron una publicación mensual, La Mujer, a cargo de Julia Nava de Ruiz Sánchez.

En esta década, también se formó la Sección Mexicana de la Liga Panamericana de Mujeres. Remitía a la National League of Women Voters de Estados Unidos, “cuyo objetivo principal era unir a las representaciones de todos los países de la región en la lucha por el sufragio” [11]. Por lo que la Liga tenía una postura moderada en cuanto a la identificación de demandas de las mujeres de clases obreras. En 1923, convocaron al Primer Congreso Nacional Feminista. Participaron mujeres feministas muy importantes como Margarita Robles de Mendoza, Luz Vera, Matilde Montoya y Columba Rivera. El posicionamiento de este congreso era la conquista de derechos civiles, políticos, educativos y sociales. En 1924, a modo de oposición a la Liga Panamericana, la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas convocó al Congreso de Mujeres de la Raza. Lo encabezaban Elena Arizmendi y Sofía Villa de Buentello.

De igual manera, se organizaron tres Congresos Nacionales de Obreras y Campesinas, de los que surge el Frente Único Pro Derechos de la Mujer. El FUPDM buscaba conquistar el derecho al voto. Participaron mujeres comunistas e integrantes del Partido Nacional de la Revolución. Se organizaron mítines, foros y manifestaciones bajo la dirección de la maestra socialista Refugio García. Los principios feministas del Frente eran:

  • Hacerse fuerte por el número.
  • Hacerse respetable por la superación de sí misma.
  • Hacerse escuchar por la voz de la razón.
  • Hacerse sentir por la conciencia de su personalidad.
  • Hacerse amable por sus valores positivos.
  • Hacerse solidaria por toda causa humana.
  • Hacerse necesaria por su eficacia en la cooperación.
  • Hacerse responsable de su función integral y armónica.
  • Hacerse dueña de sí misma por el dominio de la emotividad.
  • Hacerse estimable por la rectitud de sus procederes.
  • Hacerse firmes propósitos de solidaridad con el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, condición indispensable del éxito.

Una de las intervenciones del Frente fue una huelga de hambre frente a la casa del presidente Lázaro Cárdenas para exigirle seguimiento a la reforma constitucional para permitir el derecho al voto femenino. El 19 de noviembre de 1937, Cárdenas presentó la iniciativa a la reforma del artículo 34 constitucional y que se otorgase la ciudadanía plena a las mujeres. Sin embargo, no se procedió con la iniciativa por temor a que las mujeres beneficiaran a la facción conservadora a través del voto.

La Unión de Mujeres Americanas realizó manifestaciones para presionar a la Cámara de Diputados para que se aprobara la reforma constitucional. Solicitaron la modificación del artículo 37 de la Ley Electoral de los poderes federales, que señalaba como ciudadanos sólo a los hombres.

Durante la presidencia de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) hubo un retroceso en materia de derechos para las mujeres, ya que “se les quería mantener en su casa, ajenas a los avatares de la política que podía «corromperlas»” [12]. Posteriormente, en 1947, durante la presidencia de Miguel Alemán Valdés (1946-1952), “se otorgó a la mujer el derecho de votar y ser votada en elecciones municipales. Se señaló que cuando las mujeres hubieran adquirido prácticas políticas, se les otorgaría la ciudadanía plena. La iniciativa fue aprobada, no obstante, la ciudadanía limitada se entendió como una dádiva del poder” [13]. Fue hasta el mandato de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), en el año 1953, que se reconoce y se aprueba el derecho al voto de la población femenina (aun con el temor del conservadurismo del voto femenino). 

Este triunfo no representó el fin de la lucha, sino una renovación de esta: la lucha por ser votadas. El 7 de septiembre de 1954, fue electa la primera diputada federal por el primer distrito del estado de Baja California, Aurora Jiménez Palacios. En las primeras elecciones en que votaron las mujeres, el 3 de julio de 1955 quedaron electas: Remedios Albertina Ezeta (por el Estado de México), Margarita García Robles (por el estado de Nuevo León), Guadalupe Ursúa Flores (por el estado de Jalisco) y Marcelina Galindo Arce (por el estado de Chiapas). Por su parte, María Lavalle Urbina (1964-1967) y Alicia Arellano Tapia (1967-1970) fueron las primeras senadoras de la República. Asimismo, hasta 1979 fue electa la primera gobernadora en la historia de México, Griselda Álvarez Ponce de León, quien gobernó el estado de Colima.

De entre todos los aprendizajes que podemos obtener de este panorama feminista, hay dos en los que me gustaría hacer especial énfasis: 1) Además de las publicaciones que apoyaban la lucha por los derechos de las mujeres, los congresos y demás gestiones diplomáticas, las manifestaciones fueron una forma de acompañar e impulsar las demandas. Especialmente, cuando las “formas convencionales” no daban resultado alguno. 2) Las manifestaciones feministas eran distintas porque los objetivos de la lucha y el contexto también lo eran. Empezando porque no eran consideradas como ciudadanas plenas. Su posición política era muy diferente a la nuestra. Puede ser el caso de que tengamos problemas similares; sin embargo, cómo se nos presentan y las herramientas con las que contamos para enfrentarlos son diferentes. Una vez que nuestras antepasadas consiguieron el derecho al voto y a ser votadas, es decir, que obtuvieron el reconocimiento del Estado, abrieron puertas para nuevas y renovadas luchas, como las que acontecen hoy en día. En ese sentido, es fundamental volver a sus errores y aciertos, cuestionarlas y repensar su agencia en sus respectivos contextos porque: “Cada generación rescribe su historia al hacerle nuevas preguntas al pasado para enfrentar los problemas de su presente, para comprenderlo y actuar en él” [14].

Nuestras luchas son posibles por el trabajo y el sacrificio de estas mujeres. Muchas de ellas, tuvieron que bajar la cabeza por el “deber ser” de su época; porque libertad y emancipación solo eran palabras en los libros de hombres, para los hombres. Es complicado ser feminista, sostenerlo, ponerte completa en tus convicciones. Sin embargo, hoy más que nunca se han cohesionado grandes colectividades, no sólo locales sino globales, porque “tocan a una, respondemos todas”, dice la canción de Vivir Quintana.

Esas colectividades no sólo se han articulado para la lucha, sino también para el acompañamiento y el cuidado. En ese sentido, en las manifestaciones feministas en donde hay pintas y quemas no resultan mujeres heridas por la mano de las propias participantes, sino por granaderos, policías o quienes interfieren con el fin de dañar. Las luchas feministas no han matado, torturado ni desaparecido a nadie. Por el contrario, han buscado, desenterrado, protegido, exigido y luchado por quienes están y por quienes ya no. De igual manera, el campo de acción se ha incrementado por el surgimiento de las tecnologías de la información y de la comunicación, y por la introducción de los feminismos a las universidades, trabajos y hogares. Un ejemplo de ello fueron el movimiento en redes sociales #MeToo y los tendederos en las universidades del país a finales del 2019 y principios del 2020.

Por último, las mujeres se han servido de la escritura para luchar y visibilizar las opresiones sistemáticas del patriarcado. Hoy, la escritura se ha extendido a las paredes y a los monumentos. La pregunta es, ¿por qué ha llegado tan lejos? Probablemente porque sus voces no son escuchadas en el recato de un libro o un artículo, en la comodidad de un congreso, ni en los oficios solicitando acción por parte de las autoridades. Es fácil enterrar o quemar un libro, encerrar a un grupo de mujeres para que hablen de sus cosas en cualquier auditorio; es fácil traspapelar un oficio. Pero no es fácil pasar desapercibida una pared rayada, ni mucho menos un monumento que materializa todo un cuento de hadas.

Referencias

[1] [2] [3] [4] [5] [6] [8] [9] [10] [11] Barrancos, Dora. Los feminismos en América Latina. Ciudad de Mexico: El Colegio de Mexico, 2020.

[7] [12] [13] [14] Galeana, Patricia. “Un recorrido histórico por la revolución de las mujeres mexicanas”, en La Revolución de las mujeres en México. Ciudad de México: Instituto Nacional de las Revoluciones en México, 2014. 

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