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Paginabierta10/02/2021

Columna por: Astrid Dzul Hori

Ajji: violación y venganza

Ajji (“abuela” en español) es una película hindú, lanzada en el 2017, y dirigida por Devashish Makhija. Es protagonizada por Sushama Deshpande, Sharvani Suryavanshi, Abhishek Banerjee, Sadiya Siddiqui, Vikas Kumar, Manuj Sharma, Sudhir Pandey, Kiran Khoje, y Smita Tambe. Si bien pertenece a la categoría de Bollywood, la oscuridad y la crudeza de la trama le dan un giro importante al estereotipo propio de dicho género.

El tema central de la película es la violación de Manda, una niña de diez años. El violador es Vilasrao Dhavle, hijo de un funcionario público importante. Dhavle intercepta a Manda durante la noche, mientras la niña regresaba de llevarle un encargo a Leela. El escenario de la violación de Manda no es muy diferente a muchos otros en la actualidad. Ella y su familia viven en la precariedad, no sólo económica, sino también de cuidado. El trabajo de su madre y de su padre los han alejado de mirarse y cuidarse entre sí, pero ¿quién tiene tiempo para eso cuando se vive al ras del día y cuando se tiene que llevar comida a la mesa? Estas precariedades y carencias se extienden a Manda, una niña que se mueve entre escenarios llenos de basura y callejones oscuros, que es el entorno en el que vive junto con otros miles de personas. Su violación rompe momentáneamente con la rutina ajetreada de su madre y su padre, quienes la miran con preocupación y tristeza. Sin embargo, el oficial de policía que toma la declaración dentro de las cuatro paredes en donde habita la familia, compra su silencio. Les amenaza con más precariedad, apelando a que los medios que ejercen para sobrevivir son ilegales (trabajar horas extra en una fábrica, en el caso del padre, y vender comida sin licencia en una bicicleta, en el caso de la madre). En ese sentido, el policía desvía la problemática inicial: la ilegalidad ya no es la violación a una menor, sino el no cumplir con las normativas laborales.

Ante el lúgubre panorama que pinta el policía, la madre y el padre de Manda deciden mantener la violación en secreto dentro de la comunidad, no presentar cargos ni llevarla con un médico. Mientras Manda se desangra por el desgarre vaginal, producto de la violación, la rutina precaria de la madre y el padre continúa. Sólo Ajji, su abuela, se detiene a mirar y tratar de remediar el sufrimiento de su nieta. Ajji desea venganza con todas sus fuerzas, pero es paciente y meticulosa. Dentro de su lento ir y venir, entre escenarios donde se vislumbra el abandono y la pobreza extrema, observa en las sombras al violador de su nieta.

Hay cuatro momentos en la película que me gustaría mencionar. Especialmente, por la relación que establecen para problematizar la concepción del cuerpo femenino, las formas de violentarlo y las prácticas de venganza cuando la víctima es marginal.

1) Cuando Ajji le lleva a Manda un ungüento para que se aplique en las heridas y Manda le pregunta si por sangrar ya es grande (ya que eso le había dicho su abuela). Que si todas las niñas pasan por eso.

2) Cuando Ajji visita a Leela en su casa. Ajji, al asomarse por la ventana, ve a Leela y a una amiga de esta acostada en la cama, con múltiples heridas, producto de violencia sexual. Ajji le dice a Leela que a su amiga le han hecho lo mismo que a Manda, que cómo lo permite. Leela le contesta: “No pueden violar a una puta, Ajji”.

3) Cuando Dhavle, el violador, y su amigo juegan sexualmente con una muñeca de plástico en el terreno en construcción donde acostumbran a pasar las noches.

4) Cuando Ajji se viste de prostituta, sigue a Dhavle, el violador de Manda, lo convence de tener un encuentro sexual, y luego lo emascula con una tijera. Después, le da los retos de sus genitales a los perros.

Para analizar la relación entre estos cuatro momentos, será de gran ayuda el análisis sobre la violación que lleva a cabo la antropóloga argentina Rita Laura Segato, en el artículo La estructura de género y el mandato de violación [1]. La antropóloga define violación como “uso y abuso del cuerpo del otro, sin que éste participe con intención o voluntad comparables” (Segato 2003, 22). Particularmente, su análisis gira en torno a lo que denomina violación cruenta, es decir, “la cometida en el anonimato de las calles, por personas desconocidas, anónimas, y en la cual la persuasión cumple un papel menor; el acto se realiza por medio de la fuerza o la amenaza de su uso” (Segato 2003, 21). La práctica de la violación se fundamenta en el estatus de género, donde la figura masculina (mayormente representada por el hombre) ostenta un mayor rango dentro de una jerarquía establecida socialmente. En ese sentido, la intención inicial de la violación puede variar: como castigo o venganza contra la figura femenina (mayormente representada por las mujeres), como afrenta o agresión contra otro hombre (partiendo del supuesto de que las mujeres son bienes que poseen los hombres), o como una demostración de virilidad y fuerza ante una comunidad de pares.

La escena cuando Manda le pregunta a Ajji si el sangrado que tiene implica que ya es grande, es una imagen devastadora en muchos sentidos. Particularmente por la relación que establece entre crecimiento y violencia: una niña no tendría por qué transitar a la adolescencia a partir de una agresión de esa índole, porque la violación no se trata de un proceso de iniciación ni de realización para demostrar la madurez de un cuerpo femenino. Por otra parte, reivindica el contexto precario en el que crece Manda quien, a pesar de asistir a la escuela, no tiene conocimientos sobre esos procesos fisiológicos.

La violación de Manda puede entenderse en términos de un “castigo o venganza contra una mujer genérica que salió de su lugar, esto es, de su posición subordinada y ostensiblemente tutelada en un sistema de estatus” (Segato 2003, 31). Esto, porque la intención de Dhavle al violarla era someterla a un castigo. Según él, andar sola de noche, además de sus modales cuando él se le aproximó, la perfilaban para ser una malcriada y prostituta. Por eso, él quiso darle una lección.

¿Quién es Dhavle para darle una lección a una niña? Rita Segato afirma que “la violación siempre apunta a una experiencia de masculinidad fragilizada” (Segato 2003, 37). En ese sentido, el sujeto que viola trata de restaurar e instaurar su estatus a expensas de violentar a un otro femenino. No viola “porque tiene poder o para demostrar que lo tiene, sino porque debe obtenerlo” (Segato 2003, 40). La violación es un acto para ser hombre.

Dhavle busca obtener poder a través de poseer y dominar todo lo que le rodea. No le basta con la autoridad que representa su padre en tanto que funcionario público. Él consolida su individualidad estableciendo un orden, a través de la violencia: violando mujeres, adolescentes y niñas para recordarles su lugar dentro de una jerarquía; poseyendo no sólo espacios geográficos, sino también a quienes los habitan. En el transcurso de la película, Dhavle viola a otras mujeres. Si bien la película se centra en la violación de Manda, Dhavle no las identifica, no las reconoce, tan sólo sacia su deseo de obtener poder y erigirse en la parte más alta de la jerarquía social.

Una de las mujeres que Dhavle violenta es una prostituta. En la escena donde Leela le contesta a Ajji “No pueden violar a una puta, Ajji”, Leela se sabe precaria, desechable e indigna. Las deficiencias y los prejuicios en torno al trabajo sexual en lugares como en el que viven, no le permiten dignificar su labor. Su contestación supone que, porque ella presta servicio sexual, algo considerado como indigno, la violación no es algo que le suceda: algo indigno no puede serlo más. Sin embargo, la violación puede relacionarse con una cuestión contractual, es decir, una trabajadora sexual es violada cuando hay una ruptura del contrato preestablecido por parte del cliente; por ejemplo, sacarse el preservativo, no pagar, dar un cheque sin fondos u obligarlas a realizar prácticas que no se convinieron previamente. En ese sentido, aunque Leela no lo crea de esa forma su amiga fue violada. Sin embargo, no pueden hacer nada porque además de trabajadoras sexuales, son migrantes indocumentadas.

La escena en donde Dhavle y su amigo juegan sexualmente con la muñeca se relaciona estrechamente con lo mencionado hasta ahora sobre la violación. El “juego” que llevan a cabo puede concebirse como una metáfora de la relación entre el placer masculino y el cuerpo femenino: este último es como una muñeca de plástico desarmable que no siente y que es silenciosa. Esto supone que el placer del cuerpo femenino es insípido y sumiso, silencioso e insensible. Dicha escena culmina con el desmembramiento del maniquí y el orgasmo de Dhavle. En tanto que metáfora, proyecta cómo concibe Dhavle los cuerpos femeninos con los que se relaciona (o a quienes fuerza a relacionase con él): como objetos transitables con los que obtiene un determinado poder y control. Dicho poder compra justicia, sanciones y silencio.

Por último, la culminación de la venganza. Tras estas escenas en donde la violación de una niña es ocultada, donde no hay medios efectivos ni válidos para denunciar, y donde el juego de poderes las posiciona en una desventaja insuperable, Ajji alza la voz. Es muy peculiar la forma en la que lo hace: emascula a Dhavle. Lo emascula para vengarse, para sostener su inconformidad y para visibilizar las injusticias. Con dicho acto le da voz a su nieta, una niña cuyo estatus de género en su sociedad, la posiciona en la parte más baja de la pirámide. Si bien este acto es humanamente reprochable, la peculiaridad es cómo los mismos medios precarios, que dispusieron el espacio para la violación de Manda, también le sirvieron a Ajji a sostener su inconformidad: Ajji aprende a cortar con cuchillo, vigila a Dhavle por las noches, y se viste de prostituta. Lo emascula con una tijera en un callejón oscuro, le aplica un ungüento para evitar el sangrado, y lo deja tirado ahí. Le quita aquello con lo que reivindica su masculinidad, a expensas de dañar a otras personas. Lo emascula en los mismos callejones donde él transitaba y violaba a miles de niñas, adolescentes y mujeres.

La emasculación se consolida como acto protesta ante las injusticias, la invisibilización de las víctimas y para frenar las prácticas de obtención de poder a cuestas de la violencia. A esto surge la pregunta ¿por qué llegar a esos grados de violencia? Hay que evaluar la influencia del contexto. Manda y Ajji viven en una situación precaria donde no tienen acceso a ciertas tecnologías para hacer la denuncia en plataformas digitales ni cuentan con instancias gubernamentales que validen la denuncia, por ejemplo. No se trata de una idea justificativa, sino de un medio para comprender cómo es que hay contextos en los que ocurre y se vuelve un acto de protesta; especialmente, porque no hay otros medios efectivos para ejercer justicia, ya que esta, en muchos casos, opera en función de intereses políticos particulares. De igual forma, cómo puede ejecutar su venganza una adulta mayor con padecimientos y achaques propios de la edad. En cómo la idea de justicia para algunxs implica injusticia para otrxs. Al final, para quien vive injusticias y, además, se le pide que oculte los estragos, productos de estas, no podemos esperar menos que busquen sus propios medios para saldar cuentas.

 

Referencias

[1] Segato, Rita Laura. “La estructura de género y el mandato de violación”, en Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre a antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2003, 21-54 pp.

 

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