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Ronny Aguilar31/12/2020

Columna Por: Astrid Dzul Hori

Adiós 2020

El 2020 concluye sin grandes festividades, como solíamos acostumbrar. Hay muchas personas lejos de sus familias y amigxs, o demasiado cerca. Terminamos el año con luto y resguardo, con la invitación a ser prudentes y cuidadosxs. Concluimos con mucho auto-conocimiento o una extrema carencia de este, todo dependiendo de la balanza con la que se mida. Las circunstancias generalizadas del 2020 nos han mostrado a nosotrxs mismxs y a lxs otrxs con sus singularidades, sus logros y sus heridas. Algo que parecía tarea de algunxs terminó por ser tarea de todxs. 

Ante este panorama con sus desdibujados límites entre la salud y la enfermedad, y dada la víspera de fin de año, me gustaría compartirles algunos fragmentos de La Peste [1] que invitan a meditar sobre la relación con unx mismx y con lxs demás. Es una novela publicada en 1947 y escrita por el filósofo francés Albert Camus; cuenta la historia de unos médicos que se encuentran en la difícil tarea de afrontar la peste, enfermedad que asola una pequeña ciudad en Francia, desde reflexiones especialmente existencialistas. Este libro llegó a mi vida a principios de la pandemia. Aunque desde hace algún tiempo sé de su existencia, la curiosidad por su peculiar contenido y las circunstancias en las que me encontraba me incitaron a leerlo.

Los temas que me llamaron la atención en dichos fragmentos son: la comunidad, el desorden y los afectos. Si bien son tópicos muy generales, considero que se pueden obtener preguntas guía para reflexionar sobre la pandemia, partiendo de la obra de Camus.

  • “Ya no había destinos individuales, solo una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todos”.

Si bien los desastres naturales como las inundaciones, los huracanes, los terremotos y los tsunamis sensibilizan a las personas para unirse y ayudar a quienes más lo necesitan, un acontecimiento como la pandemia nos incita a cuestionarnos, ¿reivindicamos nuestro individualismo o logramos tejer comunidades? Estas últimas, ¿son excluyentes o incluyentes? ¿Qué se teje en ellas? Si no se ha logrado, ¿qué lo ha imposibilitado? ¿cómo estamos manejando las diferencias y las desigualdades? Igualmente me parece pertinente preguntarnos qué tipo de espacios propician la comunidad y cuáles sólo reivindican un individualismo. Ninguno de los dos es deseable en mayor o menor medida, sino que el reto es descubrirse y construirse a partir de ambos.

La pandemia, al ser un acontecimiento que afectó a todxs sin distinción alguna, se convirtió/convertirá en parte de la historia colectiva de las generaciones que sufrieron las transformaciones producto de esta, material y afectivamente. La pandemia inauguró una década con tragedias, aprendizajes, transformaciones y procesos que marcarán la vida de muchas personas en las distintas esferas de la vida, y según sus contextos. Especialmente, nos puso en perspectiva sobre el valor de la vida, de la salud propia y ajena, y sobre los afectos que cultivamos en nosotrxs mismxs para sobrellevar momentos de aislamiento, de miedo y de desesperación. Enseñó a trancazos que muchas veces es imperativo ser prudentes y pacientes.

  • “[…] la enfermedad que, aparentemente, había forzado a sus habitantes a una solidaridad de sitiados, rompía al mismo tiempo las asociaciones tradicionales y devolvía a los individuos a su soledad. Esto conllevaba a un desorden”.

La ruptura de las asociaciones tradicionales, es decir, las formas de agruparse y socializar en la cotidianidad como la escuela, el trabajo, los grupos de amigxs, etc., se reconfiguró de la noche a la mañana: de repente todo se comenzó a desarrollar sólo a través de videollamadas, redes sociales y mensajes de texto. Hasta los afectos, emociones y sentimientos se configuraron para manifestarse virtualmente. Todas las transformaciones fueron tan repentinas que surgió una especie de desorden, donde lo normal y lo cotidiano dieron vuelta de página a realidades que removieron las muchas o pocas “certezas” y creencias con las que vivimos día con día. En ese sentido, la pandemia ha incitado a la evaluación de las formas de socializar,  a la visibilización de la diferencia de afectos y la evaluación de la propia soledad: ¿quién soy? ¿a dónde me dirijo? ¿qué espero de tal o cual situación o persona? ¿Cómo viven la pandemia lxs demás? ¿Cómo mis diferencias socio-económicas y familiares facilitan o dificultan la manera en la que sobrellevo la pandemia? ¿Estoy escuchando a lxs demás? ¿Me estoy escuchando? Y la pregunta más difícil: ¿qué sigue? El proceso de cada quien es distinto porque a algunxs les tocó el aislamiento con su familia, a otrxs con extrañxs o completamente solxs. Cada circunstancia, con sus respectivos privilegios socio-económicos (porque muchas personas murieron para que otrxs viviéramos, o tuvieron que trabajar lejos de su casa para asegurar ciertos servicios), sus descubrimientos, reivindicaciones, afectos y violencias propias y del entorno nos dan herramientas para pensar y reflexionar sobre los caminos que solíamos transitar o los que estábamos construyendo con una certeza de acero, quiénes son los que me rodean y qué estoy aportando para solucionar o agravar el problema.

  • “[…] la peste había quitado a todos el poder del amor e incluso de la amistad. Ya que el amor demanda algo de porvenir, y ahora no había mas para nosotros que instantes”. 

“[…] Nuestro amor, sin duda seguía estando aquí, pero simplemente, era inutilizable, pesado de soportar, inerte, estéril como el crimen o la condenación. No era más que una paciencia sin porvenir y una espera parada”.

¡Vaya tema! ¿Amarnos a corto o largo plazo? ¿Hay un mañana para tu match en Bumble o Tinder, para la persona que conociste antes o durante la pandemia? ¿Cómo cultivar a lxs amigxs cuando se viven en instantes y contextos distintos? ¿Se pueden construir amistades conviviendo a través de pantallas? ¿Cómo construir relaciones afectivas con las personas si estamos detenidxs en un presente que no alcanza a ver un horizonte aún? Vincularse con las personas nunca había resultado más dificultoso. Por otra parte, quienes viven la pandemia en pareja, ¿han descubierto cosas que antes no conocían de su pareja? ¿Cómo se concilia el equilibrio entre ambxs cuando comparten el mismo espacio para sus respectivas actividades, que antes probablemente se llevaban a cabo separadamente? No sólo el amor y la amistad se enfrascaron en incertidumbre, sino también los demás sentimientos y emociones que nos permitimos o no sentir. ¿Se detuvo el gozo, la tristeza, el placer, el enojo? ¿Dejamos de ser vulnerables? No, si bien muchos proyectos y sueños personales se frenaron, nuestra casa interior continuaba llena de fantasmas que acechaban, esperando manifestarse en la cotidianidad, complicada para muchas otras realidades marginales. Definitivamente la locura estaba a la orden del día: el desorden no era sólo social sino personal.

No volvamos costumbre la desesperación. Ni la distancia afectiva un imperativo que marque el resto de nuestras vidas. Quiero concluir con la frase de una canción de Rebeca Lane: “Fluir es destruir y volver a construir” [2]. Fluir implica aceptar, transformar, adaptar y dejar ir. Esto, aunque contradictorio, permite edificarnos para ser día con día. El flujo, el movimiento, denota vida que avanza, agua que no se estanca. Que el 2021 sea un año lleno de movimiento, de autodescubrimiento y permisividad para los afectos, de nuevos proyectos y espacios de diálogo, amor e inclusividad. Que los aprendizajes y los pesares del 2020 valgan toda la pena.

Referencias bibliográficas

[1] Albert Camus. (1947). La peste.

[2] Lane, Rebeca. (2016). “Alma mestiza”, en Alma mestiza.

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