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“Cada vez que escuchamos la palabra Federal nos da alergia”

Las muestras de la incredulidad de las madres centroamericanas en Córdoba, Veracruz/Toma de muestras en Córdoba, Veracruz. Foto: Prometeo Lucero.

Por Arturo Contreras Camero

CORDOBA, Ver. 21 de noviembre del 2016.- “Cada vez que escuchamos la palabra ‘Federal’ nos da alergia. Es que, lamentablemente, ya les perdimos toda la confianza. Pero qué podemos hacer. Yo ya no quiero que me pinchen, pero pues si ya me subí al burro, pues lo jinetello”, dice Ana Zelaya, entre risa, incredulidad y hartazgo.

La División Científica de la Policía Federal le acaba de tomar una muestra de sangre para extraer su ADN. Así también a otros 17 padres, madres y hermanos de migrantes centroamericanos que desaparecieron cruzando México. Forman parte de un grupo de 41 madres que buscan, aunque sea, una pista para encontrar a sus seres queridos.

Los familiares esperan que la policía use la muestra para hacer una base de datos y que la comparen con la información de otras bases obtenidas de trozos de huesos de personas muertas, contrastar los resultados. Así pues, esperan descartar que sus familiares estén muertos.

La incredulidad se entiende, la extracción no fue en un laboratorio, tampoco en una ambulancia, ni siquiera una unidad móvil. Fue en un cubículo de venta de bebidas y botanas de la Arena Córdoba, un estadio de voleibol para mil 500 personas construido para los Juegos Centroamericanos de 2014.

Ahí, los familiares de los migrantes esperan en un rinconcito de ese espacio amplísimo, como quien espera afuera del consultorio del doctor a ser llamado. El suelo está sucio, tiene manchas secas de comida y hay corcholatas en el suelo.

Representantes de la Fiscalía General del Estado de Veracruz, burócratas que este sábado les tocó trabajar, impiden el paso a los periodistas que quieren documentar el proceso. No vayan a contaminar las muestras. Ellos, a pocos metros de donde se hace el proceso, platican, hacen bromas y alguno que otro estornuda porque hace frío. No se vayan a contaminar las muestras.

De los 41 familiares que viajan en la XII Caravana de Madres Centroamericanas 2016, sólo 18 aceptaron que se les tomara una muestra genética. Algunos creen que no sirve de mucho que las pruebas las haga la Fiscalía, mientras que otros, que ya lo han hecho con otras instancias, prefieren no pasar la molestia de nuevo.

El sentimiento general es de desconfianza hacia las autoridades que parecieran no hacer nada, pero sin las que tampoco se puede hacer mucho. Este muestreo, por ejemplo, fue iniciativa del Colectivo Solecito, un grupo de familiares de personas desaparecidas en Veracruz que se organizaron para buscarlos en fosas clandestinas dada la inacción de las instituciones; sin embargo, las muestras las toma y analiza un organismo oficial.

Solecito ha encontrado más de 150 fosas clandestinas con restos humanos en Veracruz. Sin embargo, sus esfuerzos han sido desestimados por las autoridades, en ocasiones impidiéndoles ingresar a los lugares de búsqueda y otras diciendo que los restos de hueso que encuentran son de animales o que son trozos de madera vieja.

Unas horas antes de la toma de muestras, Marcela Zurita, coordinadora de Solecito en Córdoba, marcha alrededor de la plaza principal de la ciudad. Es la recepción por la llegada de la Caravana a la entidad. Viste Pantalones y chamarra de mezclilla, una playera con la imagen de su hijo desaparecido sobre la blusa de algodón, lentes oscuros en la cabeza, botines negros de tacón y la ficha con foto e información de Dorian Rivera, de quien no volvió a saber nada desde el 11 de octubre de 2011.

Entre la caminata y los gritos que exigen justicia, explica cómo fue que pensó en la toma de muestras: “Es que todas somos madres, y creo que ellas deben sufrir lo mismo que nosotras. Y pues como ellas son de fuera, pues pensé que se les debe complicar más hacer este tipo de cosas, por los trámites y eso”. Así empezó la gestión ante la Procuraduría General del Estado de Veracruz, quien llamó a la Policía Federal.

El rechazo a las pruebas de ADN no sólo viene de las madres migrantes, también de algunas madres de Solecito. “Ellas dicen que no quieren porque ellas buscan a sus hijos vivos, y no muertos. Pero pues yo creo que es una manera de descartar opciones, de asegurarse que no están muertos”, explica Marcela.

Después de que le tomaron la muestra, Ana se limpia el dedo mientras se aleja del módulo. Las luces del estadio vacío se van apagando poco a poco. Prefiere usar todas las herramientas que tenga para dar con su hijo, sea lo que sea, prefiere saber. Así, aunque sea, tendría un lugar dónde irle a llorar.

Más de tres décadas sin contacto: Aida y Norma se reencuentran

Aida y Norma se reencuentran en Las Patronas (Foto: Prometeo Lucero)

Por Maya Averbuch

Aida Amalia esperaba en una taquería junto al ADO de Córdoba. Su hija, Viviana Guadalupe Rodríguez Chang, la había traído desde Puebla para que ella pudiera hablar con Rubén Figueroa, coordinador del Movimiento Migrante Mesoamericano, quien le daría noticias nuevas sobre su familia guatemalteca, a la cual no había visto desde que tenía 13 años.

Aida, quien hoy tiene 53, no sabía que iba a ver su hermana menor, Norma, y a la hija de su otra hermana, Reyna, desaparecida en México.

Este mismo día, después que la noche había caído y todos los miembros de la XII Caravana de Madres Mesoamericanos se reunieron en la casa de Las Patronas, las madres ya habían llegado a la plaza central de Córdoba para manifestar las desapariciones de sus hijos, gritando “Porque vivos se los llevaron, vivas los queremos.” En este encuentro estuvieron también las madres del colectivo solecito, que buscan a sus hijos en el estado de Veracruz.

Rubén había viajado a Tiquisate, un pueblo en el sur de Guatemala, para encontrar a la familia con quien Aida había perdido contacto. Aida había preguntado por ellos, pero su dirección había cambiado y nunca recibió una respuesta a sus cartas.

“Yo me comunicaba con me hermano pero me salí del lugar donde vivía y una persona abrió mi carta, y yo les había dicho que iba a Cuernavaca, porque iba a cambiar unos dólares. Una persona tuvo un accidente en Cuernavaca, y entonces escucharon mal y dijeron que yo había tenido un accidente en Cuernavaca…Me dieron por muerta.”

Los demás, su papá y los cinco otros hijos, esperaba por sus noticias, sin saber a dónde ella había llegado—y varios se fallecieron en los treinta décadas sin algún dato sobre ella y otra hija se perdió. Reyna Isabel también había intentado cruzar México hace 20 años y desapareció en la ruta migratoria.

Esa misma mañana del sábado, Norma Janet Rodríguez Ordoñez estaba sentada al lado de todos los centroamericanos que seguían buscando sus parientes, y de su sobrina Oneyda Isabel Rodríguez, quien busca a la hermana perdida.

Norma había recibido noticias de que su hermana estaba viviendo en México hace dos meses, pero los días de viaje desde la frontera la había dejado bastante nerviosa y bastante callada. Intentó a tranquilizarse, pero en el miedo de la caravana ruidosa, solo podía recostarse y pensar en lo que eventualmente haría juntos: la cocinaría su especialidad, el pollo pipián, y podría pasar la Navidad juntos, comiendo tamales a medianoche como solía hacer.

Aida nunca había atrevido regresar a su país a encontrar a la familia. “Yo prefiero en un submarino para ir debajo del mar en vez de un avión”, ella dijo en la taquería.

Había cruzado el río con una compañera que se encontró atrapada en el mismo lugar que ella: la trata de personas. Aida había inventado una excusa—supuestamente iba a comprar azúcar—para escaparse. No quería meterse en las mismas problemas que se ven la mayoría de los migrantes.

En la taquería el 19 de noviembre, ella se sentaba con una chaqueta negro formal y escuchaba como Rubén había ido a Guatemala, y se puso a llorar. Tendría mucho para platicar con su hermana y su sobrina: como la dueña de la restaurante guatemalteca donde trabajaba solía robarle todo su pago, como su hijo probablemente fue asesinado mientras ella estaba metida en la cárcel como resultado de las mentiras de una vecina y su vida ahora con un nieto de nueve años que se llama Samuel que le encanta los videojuegos de Power Rangers.

Durante la misma tarde, Norma estaba esperando atrapada entre por los menos 20 cámaras listas a documentar el momento del reencuentro. Sería ella uno de los más de doscientos reencuentros que el MMM ha hecho en una década.

Cuando el coche acercó a la casa de Las Patronas, Aida pido ayuda a encontrar lo mejor color de pintalabios. Estaba mirando el espejo tres minutos antes de llegar, como si fuera preguntando ¿Cómo se prepara uno para ver a sus queridos después de más de tres décadas?

Ella marchó al centro del patio de Las Patronas, seguido por su hija, su esposo, y su nieto que casi enseguida empezó a llorar. Las hermanas que no se habían visto desde la niñez se abrazaron fuertemente. Las luces de las cámaras estaban enfocadas a esta familia reunida. La emoción pegó fuerte a Oneyda, quien en el medio de este caos, se desmayó. Los empleados de Grupo Beta llegaron de repente y gritaron, “Respira profundamente.”

Cuando la multitud de personas disminuyó, la familia se quedó sola. Se sentaron en una mesa y compartieron los fotos que no habían visto, la de papá, quien falleció hace algunos años.

Prometieron que iban a seguir buscando a la otra hermana para hacerse completo la familia, la mejor posible.